Friday, September 22, 2006

Benvinguda

Bueno, hagamos balance. Ha llegado el momento de la evaluación. Lo bueno, lo malo, lo regular. Dos días después de haber vuelto de Barcelona me parece que no haya estado nunca allí.
Lo mejor.
Que las cosas no cambien cuando te vas o, al menos, no tanto como para dar miedo. La Vila sigue razonablemente igual, las voces que anuncian las paradas del metro son idénticas, ni siquiera el horario de primero de Periodismo ha cambiado demasiado.
Pensé que sólo volvería a Barcelona con alguien que me quisiera para acompañarme. Pensaba que sería una especie de Gran Trauma, una nueva constatación de Mi Debilidad y Mis Miedos. Sin embargo, mientras compro un botellín de agua en la Plaça Civica de la Autónoma y me dispongo a coger el ferrocarril de vuelta a la ciudad, me digo que no es para tanto. Estabas lejos, Marina. Lejos y sola. Aguantaste bien, lo hiciste muy bien. Te volviste porque no era tu sitio, porque a ti no te gusta esto, con tanto metro, tantos Starbucks y tanto catalán dando por saco con la normalización lingüística. Porque a ti te gusta tu ciudad pequeñita con sus tapas, sus guiris, su Albayzín y su castellano andaluz y monolingüe.
Y Mariana, que sigue igual, y que es como una gran bocanada de algo muy fresco y muy limpio. Que mereció ella solita todo el tiempo que viví en la Vila.
Rocío, y Joana, y Jose, y pasear por el Raval comprando a deshoras en las tiendas de los pakis. Porque esa es una Barcelona nueva. Yo pensé que haría una especie de viaje conmemorativo, que visitaría los lugares a los que iba cuando vivía allí. Sin embargo, la vida sigue, y esta visita a Barcelona no ha sido sólo el recuerdo, sino la continuación. He estado allí y he construido nuevas vistas, nuevos recorridos. He seguido adelante. Y mi historia con la ciudad no se para donde la dejé, en la confusión, en el miedo, en la derrota. Mi historia sigue en la Barcelona de las bicis, los locutorios y los pisos de estudiante, en la Barcelona del viajero, en esa confortable certeza de que estás aquí pero puedes irte cuando quieras, y también volver cuando quieras.
Lo peor.
No hay peor. A veces quiero construir una vida que tenga significado en sí misma, comienzo y fin como los capítulo de una buena novela. Que cierre sus círculos, que acabe sus tramas, que tenga cosas buenas y malas que se compensen las unas a las otras. Luego descubro que a veces no hay peor, que a veces no hay final. Que no voy a decir que todo lo que pasó allí está ya resuelto, superado, archivado. Tampoco que no lo está. Tampoco que piense volver una vez cada equis tiempo para mantener una relación con la ciudad, seguir descubriéndola y blablabla. Simplemente: lo que pasó, pasó. La cuestión no es cuándo vaya a volver: la cuestión es que ahora sé que puedo hacerlo siempre que quiera.

Wednesday, September 13, 2006

La informática no está bien inventada

Hace unos días escribí esto en mi diario:
Debería haber redadas de recuerdos. Una vez cada, digamos, dos años, la policía debería entrar en nuestras casas rollo SS alemanas y destruir todo lo que oliera a memoria ñoña. En lugar de eso, acumulamos y acumulamos fotos, diarios, cartas, objetos, papeles que nos atan a una vida que no vamos a volver a tener.
Al día siguiente, mi disco duro externo se jodió y todas mis fotos se fueron con él. Todas. Imaginaos: cada vez que he sacado mi Olympus del bolso, he enfocado algo que creía que merecía la pena recordar y he disparado, ahora no sirve para nada. Es como si no lo hubiera hecho nunca.
Son curiosas las fotos, ¿no? En sí mismas, son fascinantes: un instante, un solo instante, invariable para toda la eternidad. Te asomas a una y ves a las personas que aparecen tan indudablemente vivas, tan viviendo únicamente ese momento, mientras fuera de ella envejecen y se entristecen a tiempo real. Por otra parte, es curioso el mero hecho de hacerlas. Tú vives tu vida, pero no como algo seguido y espontáneo, sino haciendo oportunas paradas para darle al botón del aparato. Entonces hacer fotos se convierte en parte de la vida, y no es simplemente que saques la cámara e inmortalices algo, sino que tu vida cambia porque has sacado la cámara, y ese acto es en sí un gesto. No sé si me explico.
Últimamente mis relaciones con los objetos no van muy bien. Llamadme mística, pero creo que cuando algo se rompe a nuestro alrededor está reflejando algo que tenemos roto por dentro. Mi gato arrancó de cuajo la “p” de mi ordenador, y ahora tengo que pulsar esa especie de botón de goma que las teclas tienen debajo. Luego J. tiró un vaso de agua sobre el teclado y fastidió las direcciones, ya sabéis: las cuatro flechitas (ahora J. llama a mi ordenador “bala perdida”, porque no tiene dirección). Por último, intenté secar las teclas con un secador y derretí una, que se desprendió del soporte retorciéndose suavemente hasta quedar inservible. Yo creo que mi teclado se rebela porque no he escrito NADA este verano. Parece que me está diciendo: “Marina, o espabilas o te vas a quedar sin letras que pulsar”.
En cuanto a lo de las fotos borradas… bueno, ayer le di el disco duro a mi vecino el informático y estoy rezando a veteasaberquién para que consiga rescatarlas. Visualizo ese momento en que llama a la puerta y me entrega un disco duro inservible y un CD con todos mis recuerdos intactos. Realmente, no quiero empezar de cero. Lo que dije arriba es mentira: no quiero que nadie se lleve mis recuerdos, de verdad, no quiero. No hay que vivir en el pasado, pero es hermoso tener un mullido colchón de momentos felices en el que poder recostarse. Quiero mis recuerdos: mi aburrida acumulación de señales que me permiten ubicarme en la vida. La carta que escribí a los 15 años para abrir cuando tenga 25, y la que escribí a los 20 para cuando cumpla 30 (si os preguntáis si pienso seguir haciéndolo durante todas las décadas de mi vida, la respuesta es “sí”).
A J. se le dan mejor que a mí los finales redondos y las metáforas bonitas. Ahora mismo, sólo se me ocurre que quizás me mude de marinainthemiddle para reaparecer en algún sitio secreto.
Me paso la vida barajando nombres, direcciones, seudónimos, firmas y títulos, y no soy capaz de admitir que yo misma es siempre lo que va a haber debajo.

Friday, September 08, 2006

La Cena

Como no tenía una colección de mariposas para enseñar las invitaba a mi casa a cenar, pero el día que llegó ella sólo tenía para ofrecerle un sobre de sopa. Años más tarde, cuando volvió de acostar a los niños le pregunté por qué eligió quedarse conmigo pese a la triste escasez de mi pobre cena. Contestó con la inmediatez de la lección sabida: “Me diste algo que se podía conservar mucho tiempo”.

Sunday, August 27, 2006

Átame

- Deja que te ate – susurró Amalia al oído de Carlos, mientras le mordisqueaba la nariz y los labios.
- ¿Ahora?
- Sí, ahora, ¿porqué no?
Carlos se encogió de hombros y Amalia se incorporó hasta quedar sentada sobre él, a horcajadas.
- Aún falta para que lleguen tus padres, ¿no?
- Sí – afirmó Carlos mirando el reloj -, no son ni las once… hasta la una o así no hay que preocuparse.
- Entonces deja que te ate – ella se inclinó sobre él y le acarició el pecho desnudo, ronroneando suavemente.
- Está bien – aceptó él, escurriéndose de debajo del cuerpo de ella y caminando hacia el armario. No es que le volvieran loco aquellos jueguecitos; él era más de sexo clásico, normal, sin fantasías extrañas. Solía decir que el cuerpo humano le fascinaba lo suficiente como para no necesitar juguetes. Pero sabía que a Amalia le gustaba experimentar de vez en cuando con aquel tipo de cosas: atarse, usar objetos, ver películas…
Seleccionó tres corbatas oscuras. Tampoco era cuestión de jugar al sado con su corbata del Pato Donald. Tumbada en la cama, Amalia le miraba con una media sonrisa. “Parece que estemos rodando una porno”, pensó Carlos al verla ahí, echada y desnuda, chupándose distraídamente un dedo.
- Toma – le alargó las corbatas. Ella se levantó y él se tumbó en la cama, divertido, extendiendo los brazos como un Cristo.
- ¡Bien! – Amalia aplaudió entusiasmada, como una niña -. Verás, verás qué bien lo vamos a pasar…
Carlos la miró mientras ella hacia el primer nudo, el de su mano derecha. El cabecero era liso, así que ella le ató a la barra del somier, por debajo del colchón. Era complicado hacer buenos nudos con las corbatas, pero después de un par de intentos el brazo de él quedó firmemente sujeto, incluso algo apretado.
- Me hace un poco de daño – se quejó.
- ¿Qué gracia tiene si no? – ella continuó impasible con la mano izquierda.
Carlos tenía que reconocer que, aunque la posición era un poco incómoda, estaba empezando a excitarse. Sobre todo le gustaba ver a Amalia inclinada sobre él, con los pechos penduleando suavemente y el pelo tapándole la cara, mordiéndose concentrada un labio y entrecerrando los ojos.
- Bien, bien – murmuró ella satisfecha una vez que hubo terminado con la izquierda -. Y ahora, amigo mío, mírame por última vez porque no me vas ver más – y Amalia ajustó con fuerza la tercera corbata alrededor de los ojos de Carlos.
- ¿Y ahora qué? – preguntó él, insinuante. Tenía que admitir que estaba muy excitado.
- Pues ahora… No sé, ya veremos – Amalia sonrió y le besó largamente en los labios. Luego le acarició el pecho desnudo, le mordisqueó los pezones, bajó hacia el pene, que empezaba a endurecerse.
- Eres muy, pero que muy mala – murmuró Carlos, entreabriendo los labios.
- ¿Te imaginas que…? – Amalia dejó la frase a medias y Carlos sonrió, pensando en vete a saber qué fantasía retorcida.
- ¿Qué?
- ¿Te imaginas que ahora te dejo aquí atado y me voy? ¿Y que luego vuelven tus padres y te encuentran así?
Amalia soltó una inocente carcajada. Carlos rió y la buscó con la boca. Ella había parado por un momento de tocarle.
- Sería muy divertido – prosiguió ella -. Sería muy, muy divertido.
- No te volvería a hablar – afirmó él, aún sonriendo.
- Ya, ya, pero piensa que a lo mejor yo no tendría interés en volver a hablarte. Sería La Venganza – él pudo percibir las mayúsculas en el tono de ella -. Imagínatelo. Tú piensas que todo aquel asunto de los cuernos ya está olvidado y perdonado, y de repente ¡plas! Tu chica te deja atado y amordazado en la casa de tus padres.
Carlos intentó rodearla con las piernas. Empezaba a alarmarse un poco. Amalia se libró de sus piernas y se levantó de la cama.
- ¡Sería genial! – parecía entusiasmada, como si estuviera planeando un viaje o una fiesta -. En serio, piénsalo. Qué putada.
- Tú no serías capaz de hacerme eso. Vamos, ven aquí – Carlos empezó a tironear nerviosamente de las correas de los brazos -. Ven, Amalia, quiero sentirte. Quiero hacer el amor contigo.
- Venga ya… no me vengas ahora con esas – él no podía verle la cara, pero su voz se había vuelto de repente seria, silbante -. Oh, qué gran plan sería. Espera, voy a beber agua.
La oyó levantarse y caminar hacia el baño. Desde allí escuchó su voz, con el eco de las paredes cubiertas de azulejos.
- Sería un gran plan, ¿verdad? Meses fingiendo para llegar por fin a esta situación, a estar aquí en casa de tus padres y tenerte a mi merced, para luego dejarte tirado y vengarme de ti – Carlos oyó el grifo abrirse y a ella beber -. Sería muy cruel por mi parte, pero muy inteligente, ¿no crees?
- Amalia, no tiene gracia. Ven aquí.
- ¡Venga, Carlos, claro que tiene gracia! – de repente su voz volvía a ser alegre, cantarina casi -. Tiene un montón de gracia.
Volvió a entrar en la habitación y se acercó a la cama. Besó a Carlos en los labios y le manoseó el pene, ya completamente flácido.
- Vaya, ¿te he cortado el rollo? – preguntó, preocupada -. Lo siento, cariño, venga, anímate… no es para tanto. Te encontrarán y os reiréis juntos de esto. Tus padres son majos.
Amalia empezó a reírse a carcajadas.
- Estoy… estoy imaginándome la cara que pondrían – apenas podía hablar de la risa -. ¡Casi me gustaría quedarme para verlo!
Carlos empezó a reír también, histéricamente. Había notado que el nudo de la mano derecha estaba un poco flojo. Si le seguía la corriente, tal vez podría desatarse.
- ¡Joder, a mi madre le daría un infarto! – exclamó. Amalia soltó una carcajada. Se retorcía de la risa, sentada al borde de la cama -. Imagínate, ¡su hijo favorito atado en la cama como un salido! – más carcajadas.
De pronto, Amalia dejó de reírse.
- Creo que voy a asegurar los nudos – dijo, y se inclinó sobre el brazo izquierdo de Carlos, mientras él luchaba frenéticamente por desatar el derecho. “Que no se dé cuenta, por favor, que no se dé cuenta”, sublicaba mentalmente. Por fin, la corbata cedió y liberó el brazo.
- ¡Ya está, ya está, soy libre! – gritó -. ¡Quita de encima, chiflada! – empujó a Amalia de la cama y se arrancó la venda de los ojos, e inmediatamente empezó a desatar su brazo derecho.
- Pero Carlos – Amalia estaba ahora de pie, al borde de la cama, mirándole con los ojos asombrados y redondos -. Si era una broma. ¿Te lo has creído en serio?
- Joder, no sé – Carlos miró la expresión compungida de ella y dudó un poco -. Pues es que no sé, es que hablabas como una jodida loca, Amalia.
- Cariño… - su voz era infinitamente dulce, y se inclinó sobre él, abrazándole. Él dejó de manipular el nudo por un momento y la estrechó un poco -. Mi amor, yo nunca te haría eso. ¿Cómo iba a hacer algo así? Sería una putada enorme. Amor mío, yo te quiero.
Carlos suspiró. Pues claro, era idiota. No sería capaz de hacerle una putada así de grande.
- Oh, Carlos, lo siento, siento haberte asustado – ella no paraba de besarle la nariz, los ojos, la boca -. Pensaba jugar un poco más, vestirme incluso, pero luego iba a parar la broma.
- Yo sí qué lo siento, mi niña… es que actúas muy bien – Carlos sonrió y la abrazó -. Venga, vamos a olvidarnos del tema.
- Vale… pero voy a atarte otra vez, que de verdad me apetece, me excita un montón.
Carlos la miró fijamente. Sus ojos eran dos espejos de sinceridad. Ella le besó y empezó a tocarle. Oh, Dios, era increíble la facilidad que tenía aquella chica para ponerle cachondo. Extendió el brazo derecho y se dejó atar de nuevo.
Amalia le miró, le besó, sonrió.
- Joder, no pensé que fuera tan fácil convencerte otra vez… Ahora ya sé que tengo que apretar bien el nudo.

Monday, August 14, 2006

Admirado Paul Auster

Así que ha elegido el camino de la pureza. Y ésta, en literatura, ¿con qué tiene que ver? ¿Con el lenguaje?

Cierto. Mi lucha, mi ambición es la claridad, la limpieza; mi sueño es escribir un libro tan transparente que el lector sienta que el médium entre él y la historia no son ni siquiera las palabras, que se sienta dentro de ellas, metido en algo invisible. Al tiempo, el proceso de la escritura tiene que ver con la música, el sonido, el ritmo; relacionar un párrafo con otros, para que la gente no lea sólo con la mente, sino también con el cuerpo. Los lectores muy sensibles captan esa música. Yo no sé en qué parte del proceso surge eso, pero sé cuándo lo hago bien y cuándo lo hago mal.

EPS, 23 de julio de 2006

Deshaucio

Cada vez que me mudo me extraña de nuevo la sensación del deshaucio. Me refiero a la conciencia de que ya no puedes vivir en esa casa. Las habitaciones que antes habitaste, los pasillos que recorrías, las duchas en que te lavabas o el frigorífico donde guardabas la comida ya no son tuyos. Durante un tiempo no serán de nadie y luego pasarán a otros. Estás en la calle, tan cerca, separada por unos pocos metros de aire y paredes de hormigón, y lo que antes era tan cotidiano (llegar de la facultad, abrir la puerta, colgar el abrigo) ya no va a volver a suceder. No allí, al menos.
Escribo esto porque no puedo creerme que haya perdido el derecho a recorrer tus pasillos, a tumbarme en tus sillones, a lavarme en tus grifos. A habitar en ti. Porque, igual que todas las casas en las que he vivido, tú vas a estar tan cerca y, sin embargo, tan lejos...

Thursday, August 03, 2006

It could be you

- ¿Qué te parece? - me dijo él, ilusionado, después de bajar del coche y caminar un rato por las calles del pueblo.
- Maravilloso - contesté yo, entrelazando entusiasmada mi mano con la suya -. No podrías haber encontrado un sitio mejor.
- Sí, ¿verdad? - sonrió y me arrastró un poco más allá, en dirección a la plaza -. Fíjate en estas calles. En estas casas.
Realmente, era difícil encontrar un lugar así. Debía de haberle costado horas de husmear en internet, de preguntar a sus amigos de la asociación de viajeros, de mirar fotografías.
Aquel lugar era absoluta, rematada, indiscutiblemente soso. No había un ápice de atractivo en sus calles o en sus casas. La forma de construcción era monótona, el enlosetado de lo más vulgar, ni una sola de las especies de plantas que adornaban los balcones habría llamado la atención.
- La iglesia es de construcción reciente, pero no moderna - apuntó él -. Estaba muy vieja y la reconstruyeron, pero no hay nada destacable en su arquitectura: lo suficientemente moderna como para no tener interés histórico, pero no tanto como para ser vanguardista.
- Vaya - estaba realmente admirada -. ¿Y la gastronomía?
- Nada del otro mundo - afirmó él -. El clima no es bueno para los embutidos, la contaminación y la pesca han esquilmado el río y la calidad del suelo no da buenos productos de huerta. Cualquier cosa de aquí la podrías comer en la ciudad.
- Te quiero - no pude evitar decirle mientras le plantaba un beso en plena cara y volvíamos al coche para coger nuestras maletas.
Caminamos por aquellas calles en absoluto pintorescas, absorbiendo con todas nuestras fuerzas la total falta de interés turístico, la ausencia de cualquier cosa que pudiera hacer memorable nuestra visita. Sabíamos que teníamos que aprovechar. El turismo de soledad cada vez se estaba poniendo más de moda.

Thursday, July 27, 2006

Trapos sucios

Una de las cosas que te hace darte cuenta de que la vida, de hecho, pasa, es que cada cierto tiempo miras atrás y te avergüenzas un poco de lo que hacías o decías en el pasado. Esto pasa con mucha frecuencia cuando tienes, digamos, trece, catorce o quince años, y cada año te crees que has llegado definitivamente a la adultez y que el año anterior eras una cría vergonzosa. Yo pensaba que uno de los síntomas de estar, por fin, madurando, sería que dejaría de avergonzarme constantemente de las cosas que hago o digo. Sin embargo, he encontrado una lista de diez cosas que, a día de hoy, YA me avergüenzan. En un alarde de desmitificación de esa criatura sensible e ilustrada que creéis que soy, voy a escribirla a continuación.

1. La melodía de mi móvil es Shakira cantando Hips don’t lie. Además, me he pasado un día entero meditando si bajarme el tono en real o en polifónico.
2. En algún rincón de mi mente, quiero ser como Shakira.
3. En algún otro rincón de mi mente, quiero ser Jennifer Aniston (obsérvese la ausencia del cómo en esta frase).
4. Mi móvil tiene una foto de mi gata como fondo de pantalla. En las dos pantallas.
5. He pasado grandes momentos en compañía de novoyadecirquién (no se trata de ir avergonzando también a mis allegados) viendo Menuda noche y riéndome de los niños (insisto: niños) que salen.
6. Creo que las películas que más veces he visto en mi vida son Sister Act 2 y Dirty Dancing. En otro rincón de mi mente, estoy convencida de que son obras maestras del séptimo arte.
7. Ayer fui a ver Cars y lloré. Mucho.
8. Duermo con mi oso. Es más, ahora que en mi habitación da toda la solana matutina y que la gata del vecino se mete subrepticiamente en mi cuarto por las noches, duermo con mi madre.
9. He estado enganchada a tres ediciones de operación triunfo. TRES.
10. Escribo en un foro sobre gatos. A diario.

(Y vale, sí, este tipo de post es una especie de versión bloguera de la programación de la tele en verano. No esperéis mucho más durante estos meses)
(También quería que os riérais un poco ;)

Sunday, July 23, 2006

Lecciones de Marina sobre el amor. Vol 1

Gerva me contó una vez que su padre siempre decía que el amor es como una copa. Una vez que se rompe, puedes intentar arreglarla, pero nunca es lo mismo.
No sé si la vida se deja reducir a metáforas tan simplistas, pero sí es cierto que una vez que haces daño a alguien, nunca es lo mismo. Luego intentas arreglarlo y es como cuando tratas de salir de las arenas movedizas; cada vez te hundes más y más, y esta metáfora sí que no es buena, porque es más que hundirse: es como clavarse pinchos, intentar desenredarse de una zarza, donde cada movimiento produce más daño, y más sangre.
Por eso, aunque te consideres más o menos una buena persona, hay veces que tienes que aceptar que has hecho daño. Hay veces en que lo mejor es apartarse y dejar que sea la vida, y no tú, quien cure las heridas. No puedes pretender edificar sobre cimientos podridos. Tampoco puedes querer volver a vivir en una casa que abandonaste.
No puedes pretender salvar a quien tú misma has hundido.
He dicho.

Thursday, July 13, 2006

Rompiendo el hielo

Vas instalándote en las vacaciones como quien se instala en una casa nueva. Al fin y al cabo, llevas mes y medio paseando tu cuerpecito de biblioteca en biblioteca, arrastrándolo bajo el calor de la tarde en Granada y metiéndole a presión conocimientos más o menos útiles. Eso de encontrarte de repente sin nada que hacer, ociosísima y tumbadísima en casa, con la playa a dos pasos y empalmando una siesta con otra te resulta, cuando menos, raro. Pero te acomodas, porque es fácil acomodarse a esto, no es como si te meten en un campo de concentración o te ponen a trabajar en la mina, pongamos por caso. Es fácil acostumbrarse al playeo matutino con la Albina, vuelta y vuelta al sol como los espetos; a los desayunos con tranquilidad y DVD de Friends en versión original; a las noches viendo cortos en la terraza del Larios y tomando tapas en el Beato. Pasa tan rápido el tiempo aquí en Málaga... cada verano se empalma con el anterior en una sucesión de tiempo ininterrumpido y no te das cuenta de que entre uno y otro hay un curso entero, y de un año para otro la gente termina las carreras, corta con sus novios/as, se opera las tetas o se va de casa. Y tú ahí, intentando hacer tu vida como quien hace un tapiz.
Es raro volver a casa, siempre es raro. Hasta la gata lo nota, la pobre, recluida por voluntad propia en mi cuarto y bufándole al perro cada vez que osa acercarse por sus dominios. Mi familia me ha dijado sola y se han pirado, cada uno a un sitio, porque en esta casa siempre fuimos todos un poco a nuestra bola. Yo abro la nevera y echo de menos mi comida, mi té de vainilla, mi bolognesa vegetal, y hago una compra a mi estilo pero no es lo mismo. Marina, eres una nostálgica de mierda y una nostálgica absurda, porque llevas un mes repitiendo que quieres Málaga y quieres verano y quieres casita, y ahora estás aquí dando vueltas en una casa vacía y extrañando las comidas para gorda de Ana, los desnudos intempestivos de Mariano y hasta los platos sucios de Josy. Extrañando las bajadas a media mañana del Albaicín, con los ojos hinchados de haber dormido poco y la conciencia tan intranquila como la entrepierna.
A lo mejor es así como yo hago las cosas. J. dice que a él le gustan las despedidas "a la francesa", que cuando algo acaba asume que ya se ha acabado y pasa a lo siguiente. Muy bonito, muy vitalista, muy progre. Servidora, si no dramatiza un poco, revienta. Si no hace unos pocos de aspavientos cada vez que empieza un verano, acaba un curso, empieza el año, llegan las navidades, se cambia de casa y etc etc etc, Marina se muere. Como dijo Santi el otro día, "Marina es muy de Querido diario.
Este va a ser mi tercer verano bloguero. Es raro bloguear en verano, asistir a las crisis existenciales de todos los blogueros que se quedan en casa muriéndose de calor y de aburrimiento e intentar sacar algo de creatividad de tu cabecita derretida. Todos los veranos me propongo escribir más, y casi nunca lo hago. Como mucho, me mantengo.
No encuentro la forma de terminar el post, y me noto un poco oxidada después de tanto tiempo sin escribir. Simplemente, quería contaros cómo me va y poner fin al parón de exámenes, que estaba empezando a atraparme con el típico círculo vicioso de "como no tengo ganas de escribir, no escribo, y como no escribo, no tengo ganas de escribir". Este post sólo intenta romper el hielo para poder empezar otra vez con más fuerza.
A veces, la mejor manera de terminar es poner un punto. Y ya está. Punto. Ahí lo tenéis. Punto.

Thursday, June 22, 2006

Siete

Hace calor, el aire está espeso e inmóvil y yo, que quiero esperar a que refresque un poco antes de ponerme a repasar para mañana, me digo que si te llamo, que total, ya hemos hablado esta mañana, y a lo mejor me pongo pesada, pero ¿y si te llamo? Así que me acerco al teléfono, voy marcando las cifras y me hago creer que aún me lo estoy pensando mientras termino de pulsar los dígitos. Luego los pitidos, y yo anticipando tu voz, y luego la mía, “pues nada, que he vuelto de la biblioteca y no hay nadie en casa, no sabía qué hacer, quería desearte suerte, y darte ánimos, que debes de estar hecho polvo de tanta fórmula y tanta historia, y bueno, decirte que hace calor, y que a veces pienso qué hago yo aquí, suspendida sobre una ciudad ajena en esta terraza enorme, y que ahora voy a ducharme y a repasar, y que mientras menos te veo, más ganas me entran de escribir…”. Van dejándose caer los pitidos, uno tras otro, y recuerdo que cuando yo era pequeña mi madre me dijo que debía esperar siete tonos antes de colgar, y siempre me he ceñido a esa regla, porque después de siete tonos, si alguien lo quiere coger, lo coge, y si no es tontería seguir insistiendo. “…y eso, pues nada, que no sabía qué hacer, que estoy contando bicicletas asomada al balcón, y como tengo las llamadas nacionales gratis, he pensado en llamarte, y que ahora seguramente bajaré a comprarme una leche merengada, y eso, que estoy bien, aburrida de estudiar y del calor, pero bien…” y termino de contarte eso mientras suenan los últimos pitidos, seis, siete, y luego cuelgo, y ya está.

Yonqui literaria

Una vez cada cierto tiempo, a veces con eones de diferencia, se encuentra un autor que nos encanta. De pronto te parece mentira que hayas pasado X años de tu vida sin disfrutar algo tan bueno y te bebes hasta el último libro suyo que puedas conseguir. A mí no me pasa mucho; encuentro cosas que me gustan, claro, pero esa fruición absoluta, esas ganas de devorar, cada vez me atacan menos. Será la edad.
Sin embargo, hace unos días se me ocurrió sacar de la biblioteca un libro de relatos de Roald Dahl. Había leído Matilda, claro, y Charlie y la Fábrica de Chocolate, y Charlie y el Gran Ascensor de Cristal, y obviamente pensaba que era de la mejor literatura infantil que se ha hecho nunca (por Dios, una fábrica enorme de chocolate, el el Libro Supremo Infantil, sin duda). Son libros auténticamente bien hechos, desde la honradez, desde la ternura, sin asomo de paternalismo, con un deje de crueldad y con muchísimo amor hacia (algunos de) sus personajes.
Bueno, pues el otro día agarré el libro ("Historias extraordinarias") y me dije "hala, Marina, vamos a leernos un relatito para olvidarnos de los exámenes y luego seguimos estudiando" (yo es que de mí misma hablo en plural mayestático). Dos horas después, pasaba la página doscientos veinte del libro y lo cerraba, completamente exhausta. La tarde de estudio, perdida absolutamente, y yo hiperexcitada y con hambre de más.
Desde entonces me he leído a razón de libro por tarde otros dos libros y medio del amigo Dahl. Ese tío es un puto genio. La bibliotecaria me ve sacar todas sus obras como una desquiciada y sacude la cabeza, comprensiva. Marina leyendo en el autobús, ignorando a sus amigos para sentarse a leer sola en la cafetería de la facultad, ignorando a sus compañeras de piso para leer mientras come... Vaya, como cuando leía de pequeña y era enana y repelente y pedante y absolutamente feliz.
No se me da bien comentar libros... además, los libros no se comentan, se leen. Pero no podía dejar pasar estos días de exámenes y universo Dalhiano sin recomendaros que os déis un paseo por sus cuentos. Están tan bien hechos que ni siquiera puedes verle los hilos, como un fantástico marionetista que hace que ignores que hay alguien detrás moviendo los muñecos. Los cuentos son redondos, son agudos, son estremecedores, son divertidos, son crueles. A decir verdad, este hombre me va a retirar del mundo de la literatura, porque dudo mucho que en toda mi vida se me ocurra una sola idea tan buena como las de sus relatos. Pero bueno; cada uno es como es, y tiene lo que tiene.
Podría tirarme un siglo hablando de Roald Dahl, porque leerle me está haciendo pensar mucho sobre la literatura, la imaginación y la vida (temblad, lectores, temblad). Pero tengo que dormir y estudiar y comer y estudiar y toda esa vida tan maravillosa que llevo ahora y que tango tiempo me deja libre para escribir y pensar en mis cosas. Así que no leáis a Dahl, al menos no hasta que llegue el verano, porque en cuanto lo tengáis entre manos no os va a dejar hacer otra cosa.

Thursday, June 15, 2006

Para despejarse después de un examen, nada mejor que...

...caminar-cansancio-saludo-bollicao-poesía-María-gitanos-yo-piratas- Sol-mentiras-paseo-Anaïs-cerveza-tú-yo-astofísica-cyborgs-lázaro- quicos-cerveza-Sol-dibujo-elefante-fotos-ron-Federico-Cristina-cerveza- tabaco-salir-calle-subir-casa-cama-tú-yo-sexo-fotos-cama-sueño- mañana-tú-yo-fotos-cereales-café-sexo-ducha-charla-sexo-calle-bajar- tú-yo-chinos-legos-comba-calle-casa-pasta-friends-siesta-sexo-charla- melón-terraza-tú-yo-tú-tú-tú...

Monday, June 12, 2006

Oteadores

Antes de nada, me gustaría agradeceros a todos el soporte moral y logístico que habéis ofrecido a la idea del post anterior :) Aún no he decidido nada; todo depende de si Aldery me hace el diseño (diosmíodiosmío, un diseño de Aldery, si son los más bonitos del mundooooooo), de las ganas (y el tiempo) que tenga de empezar un proyecto así, etc etc. De momento, los exámenes me impiden concentrarme en otra cosa que no sea sacarme el curso, así que como mínimo lo aplazaré hasta principios de verano, y después... ya se verá :)
Por otro lado, debido a que mi vida actualmente se divide entre estudiar y hacer cosas lo menos parecidas posible a estudiar, la verdad es que no estoy escribiendo mucho, así que he optado por linkaros este texto de Félix de Azúa sobre el artista que leímos el otro día en el taller y que, verdaderamente, no tiene desperdicio. Espero poder ofrecer algo mío pronto. Os dejo y vuelvo a mi erial de desesperación (mi mesa de estudio xD).

Wednesday, June 07, 2006

Proyectos

¡Hola, lectores/as!
Estoy pensando en darle un cambio radical a mi vida bloguera (bueno, no tan radical, pero sí un cambio). Se trata de hacer un blog literario en el sentido más amplio de la palabra. Estoy bastante contenta con éste porque, al fin y al cabo, cumple de sobra la función para la que fue pensado: publicar en Internet y que alguien me lea. Sin embargo, me gustaría enfocar el tiempo que le dedico a Internet a algo más directamente relacionado con la escritura. Consistiría en un blog con distintas categorías donde habría (lo que se me ha ocurrido de momento):
- Post normales (cuentavidas, trascendentes o lo que sea).
- Cuentos.
- Ejercicios del taller (propuesta y resultado).
- Consejillos que nos dan en el taller para escribir, con la intención de que los pueda seguir todo aquel a quien le interese.
- Comentarios de los libros que voy leyendo.
- Reflexiones metaliterarias de pseudoescritora pedante.
- Convocatorias para concursos (bueno, esto no sé muy bien cómo lo voy a hacer, porque teniendo en cuenta que no me entero nunca ni yo... pero bueno, lo intentaré).
- El rincón friki del etimólogo (de dónde vienen las palabras y eso, que probablemente no me interese más que a mí, pero bueno xD).

Y lo que se me vaya ocurriendo. Para eso, quiero cambiarme a un administrador de blogs (o como se llame) que me permita dividir los post por categorías, así que estoy pensando en Blogia o en La Coctelera (que son los dos primeros que se me han ocurrido). Os cuento todo esto para que
a) Me déis información sobre los diferentes proveedores de blogs, sobre cuál me recomendáis y demás, que yo de esto no tengo ni idea.
b) Me digáis qué os parece el proyecto, si puede ser interesante o si es mejor que continúe como hasta ahora.
c) Me déis vuestra opinión sobre el nombre, que va a ser escritoracongato, to junto.
d) Me digáis (si es que alguno lo sabe) si se pueden trasladar de alguna forma los post ya escritos a una ubicación nueva (yo de informática sé lo justo). Es que me da pena que desaparezca más de un año de esfuerzo blogui :(

Os dejo la palabra, gracias de antemano.

Thursday, June 01, 2006

Recicla tus miserias xD

Puesto que no se me ocurre nada que contaros, voy a recurrir al viejo truco de publicar algo antiguo y así ir haciendo tiempo hasta que a mi musa particular le dé por currárselo un poco. Se trata de Accidente III, descrito por el conductor de la ambulancia. Quería hacerle algunos cambios, pero no he encontrado el tiempo (ni las ganas), así que os lo pongo tal cual, a ver qué os parece. A los que no sepáis nada de mi alegre y optimista serie sobre un accidente de tráfico, os remito a la versión de la víctima y a la del testigo para que os enteréis bien de la historia. Hale, a cuidarse.


EL CONDUCTOR DE LA AMBULANCIA

Podría hacerlo mucho mejor sin la sirena, pero claro, la sirena es necesaria. Sin ella no se abrirían ante mí los carriles del coche, como el mar frente a Moisés ¿o era Abraham? Pero me da jaqueca ese continuo ninonino de película de gangsters. La gente lo oye por la calle durante unos segundos: primero, difuso, y todo el mundo mira alrededor para ver por dónde viene la ambulancia. Luego, atronando junto a tu coche o pasando justo por delante de ti en el paso de cebra. Después, alejándose, dejando detrás un reguero de viejas que se santiguan o de hombres hipertensos que cruzan los dedos esperando que la próxima vez no les toque a ellos.
Conducir ambulancias no es difícil; lo puede hacer cualquiera. Teniendo en cuenta que en este país nadie respeta ni señales, ni semáforos, ni carriles, ni cristo que lo fundó, se sentirían a sus anchas pudiendo saltarse todo eso de forma legal.
Hoy tenemos un siniestro, como le dicen los cursis de centralita, con un chico inconsciente y una chica herida. No tardamos mucho en llegar al lugar del accidente porque no está muy lejos del hospital y hay poco tráfico; deben de ser las doce de la mañana, o así, y curiosamente parece haber más gente trabajando en su oficina que ganduleando por ahí con el coche.
Salgo de la ambulancia para lo de siempre: apartar curiosos y echar una mano si Chema o Jordi me necesitan. Yo de medicina ni puta idea; me metí en esto porque siempre me han gustado los coches, siempre, desde que era pequeño, y la idea de pasarme todo el día conduciendo como un salvaje sin que me multen por ello me gustaba un montón. Aún me sigue gustando.
Hay muchísima gente alrededor del estropicio este. Un tonto en un Ibiza ha embestido por detrás a los otros dos, que se habían parado delante del semáforo. Mala hora para tener un accidente, chavales, pienso, porque a esta hora los que están en la calle es porque tienen poco que hacer, así que se frotan las manos de pensar en tener un espectáculo gratis como éste.
La chica está fuera del coche con los pantalones manchados de sangre. Es bastante guapa, y no llora ni se queja; sólo mira de un lado a otro, asustada como un animalillo. El chico se ha quedado dentro en una postura rara, aún en su asiento pero inclinado sobre el del copiloto. Chema y Jordi se colocan a ambos lados del coche, con las puertas abiertas, y lo sacan con cuidado hasta ponerle en el suelo. Ella intenta ponerse a su lado, pero los otros dos no le dejan, liados como están en tomarle el pulso, mirarle las pupilas y todas esas cositas que ellos saben hacer y que a mí aún me suenan a chorrada de serie americana. Así que la pobre se acerca a mí, que sigo conteniendo a la muchedumbre de marujas acechantes, y me mira con unos ojos enormes, desolados.
- ¿Se va a poner bien? – habla raro, apenas puedo entenderla. Debe haberse hecho daño en la boca, porque le sale sangre por la comisura de los labios.
Me pasa siempre. La gente se cree que yo también soy médico y me pregunta. Me entran ganas de decir que no sólo no tengo ni idea de si se va a poner bien, sino que dudo que los mismos médicos lo puedan saber cinco minutos depués de echarle el ojo. De todas formas, me da pena la chica, tan pálida, con su boca herida y sin que nadie le haga demasiado caso (lógico, por otra parte, teniendo en cuenta que el otro es un fiambre potencial y ella, al menos, camina y respira solita).
- No lo sé, pero bueno, habéis tenido suerte… hemos podido venir pronto y el hospital está aquí al lado. Normalmente, mientras antes se atienda al herido, mejor.
No sé qué más decirle, pero a ella parece consolarle suficientemente mi frase, porque medio sonríe.
- ¿Qué te has hecho tú? – le pregunto.
Abre la boca y saca la lengua, que apenas se ve debajo de la sangre. Parece que quiere que yo la cure, o algo. Miro a Jordi y a Chema, que le están colocando la camilla al chaval, y opto por coger un par de gasas y pasárselas a la chavalita para que se limpie un poco la sangre, al menos. No sé qué se hace con una lengua partida, ¿un torniquete?
- Supongo que habrá que darte puntos – aventuro.
En cualquier caso, estos dos ya están subiendo al chaval a la ambulancia y poniéndole oxígeno.
- ¿Y ella? – pregunto.
- Que se venga y la miramos allí – Chema parece agobiado. No tiene buena pinta el pobre chico, no.
- Venga, sube – hago un gesto con la cabeza y la miro. Ha empapado las gasas y ahora está casi ridícula, sosteniéndolas aún contra su boca herida, con los pantalones llenos de sangre como si hubiera sido atacada por una menstruación descomunal.
Se encarama a la parte trasera y se queda como ida, mirando al chico sin tocarle. Jordi sube detrás, cierra la puerta (los curiosos se quejan, defraudados) y yo, que me he quedado un poco atontado mirando a la chica esta, recuerdo que sin mí no salen y ocupo mi puesto a toda prisa.
La parte de atrás está separada de la de delante y no puedo oír ni ver nada de lo que pasa. Creo que tiene que ver con que no me distraiga. En silencio, ruego al dios de las ambulancias y de las series americanas para que el chico no palme, porque me da mucha pena ella, tan bonita y tan dócil, tan sin lágrimas.
Llegamos al hospital y sacan al chaval echando leches. No, no debe estar muy bien, hasta yo puedo deducirlo. Ella se queda de pie en el aparcamiento, un poco desorientada. Una enfermera se le acerca y le hace gestos para que la acompañe. Antes de irse, ella se acerca a mí, que también estoy de pie mirando la escena.
- ¿Puedes avisar a este número de lo del accidente? – otra vez me cuesta entenderla, y me lo tiene que repetir varias veces antes de que lo pille.
- Sí, claro.
Es un nombre de chica y un número de móvil. Abajo aparece el nombre del chaval, Diego, rodeado con un círculo. Antes de que me dé tiempo a preguntarle cómo se llama ella, se va detrás de la enfermera, cabizbaja, sujetando aún la gasa empapada como si fuera una especie de amuleto.
Yo pienso que me muero de ganas de echarme un cigarro.

Friday, May 26, 2006

Busco piso

Ayer llamamos a la casera y le dijimos que nos mudamos. Hoy caminaba por la calle fijándome en los carteles que cuelgan de las farolas y de las cabinas de teléfono y pensando “ya estamos otra vez. Me voy a mudar de nuevo, no me lo puedo creer. Otra vez a mirar pisos, a preguntar precios, a patear calles”.
Cuatro años, cuatro pisos. No me gusta mudarme, porque todo eso de hacer cajas, poner y quitar posters y recolocar libros me saca, como a cualquier persona normal, un poco de quicio. Sin embargo, tengo que reconocer que me encanta entrar en una casa nueva, ver lo bueno y lo malo que tiene, redistribuir mi espacio en una nueva habitación, acostumbrarme a las vistas.
De la Vila me gustaban las ventanas enormes que daban al valle, los zapateros de debajo de las camas, la cocina con barra americana. Del piso de plaza Einstein me encantaba llegar las noches de invierno, con los apuntes bajo el brazo, y encontrarme el saloncito con las velas encendidas, el olor a vainilla del quemador de Josy y el Camarón sonando a toda pastilla. De este piso me gusta, como sabréis, la terraza enorme, suspendida sobre Camino de Ronda, con las gruas rugiendo debajo como monstruos prehistóricos y la Vega como rumor de fondo de nuestras noches compartidas.
Cuando acabe la carrera y me siente al escritorio a calibrar en qué clase de persona me he convertido, creo que me encontraré una Marina a trocitos. Esos trocitos serán las personas que conocí, los libros que leí, los profesores con que me tropecé, y también, un poquito, los pisos que habité. Los desayunos en Bellaterra, cuando cruzaba las vías del tren para comprar el periódico y pedir en catalán una baguette recién hecha, y luego me sentaba frente al ventanal a leer el suplemento y tomar pà amb tomaquet y café. Las mañanas oscuras de Martínez de la Rosa, cuando escuchaba a través del patio la radio de mis vecinos, me levantaba a desayunar con Josy y aparecía Laura, desgreñada y somnolienta, mascullando un “joder con la alegría matutina”. Las noches calientes de mi terraza, escribiendo textos que comienzan con un “estoy aquí con el portátil sobre las rodillas”, y gruñendo como siempre porque, para variar, la cocina está llena de platos sucios.
Compartid piso. Hacedme caso. Vivid con mucha gente, mudaros mucho. Igual acabáis peleándoos con vuestra amiga de la infancia porque atasca el fregadero con sus pegotes de arroz. Probablemente acabéis detestando a Camarón o a Sabina porque vuestro compañero de piso lo tiene puesto de la mañana a la noche y le da exactamente igual que vosotros no seáis precisamente unos fans. Pero bueno. Aprenderéis de lo bueno y de lo malo que tenemos las personitas humanas, de las muchas maneras que tiene de configurarse una vida según la forma de las paredes, de lo fácil que es que te den la llave de un lugar y empezar a llamarlo “casa”. De la suerte que tienes por poder meter tu vida en unas pocas cajas y comenzar de nuevo en otro sitio.

Monday, May 22, 2006

Ausencia

Hoy me faltaba tu anillo. Casi nueve meses después de quitármelo definitivamente del anular, esta mañana, en mitad de una clase de psicobiología, he sentido su ausencia diminuta alrededor de mi dedo, como si me lo hubiera quitado ayer mismo y mi piel extrañara su presión. Qué cosas, ¿verdad?
¿Cómo se describe la ausencia? Durante un par de meses tuve una linea más blanca en la mano morena de finales de verano, pero luego se esfumó, y ahora no hay ninguna señal física que indique que ahí descansó, durante más de un año, un circulito de plata con dos nombres grabados dentro. “Qué horterada”, diréis algunos. “Te creía más bohemia, menos apegada a anillos y demás convenciones. Pensé que lo tuyo seria un rollito alternativo, en plan tú-y-yo-sabemos-que-nos-queremos-y-no-nos-hace-falta-más. Y mírate, con anillo y todo, como las yolis”. Pues ya véis.
Me levanté en Pamplona la mañana de mi cumpleaños, en una cama que no era ni tuya ni mía, pero que los dos compartíamos, y te dije “quiero un anillo”. Sabía que sólo lo llevaría yo, porque es verdad que a ti sí que no te van esas cosas, y no me imagino ningún tipo de adorno en tus largos dedos de hombre clásico, pero me daba igual. Tú, como siempre solícito y colaborador, me despertaste de la siesta con un anillo de plata que me quedaba grande incluso en el pulgar. “Pero yo lo que quiero es una alianza”, protesté (para variar), inconfundiblemente convencional, decididamente clásica. Fuimos juntos a la joyería y encargamos una tan pequeña que la tuvieron que pedir, porque en la tienda no había. Como yo me iba camino del sur un par de días más tarde, me la mandaste por correo, en su cajita, envuelta en papel de burbujas. Durante un año y pico, mi bohemiez y yo lucimos orgullosas aquella especie de candado simbólico. ¿Para qué? Como prueba. ¿Cómo prueba de qué? Tú y yo lo sabemos, que tampoco vamos a contarlo aquí todo.
Mientras escuchaba distraída a la profesora de psicobiología, me he preguntado por qué mis neuronas han decidido precisamente hoy acordarse de la alianza. En el pulgar de la otra mano, un corte desafortunado mientras picaba cebolla me trastocó permanentemente la sensibilidad de la yema, y la siento siempre como si estuviera un poco irritada. Supongo que tú, de alguna forma, me cortocircuitaste muchas neuronas durante el tiempo que pasamos juntos, y no me extrañaría que algunas de ellas acabaran precisamente en mi anular.
Moraleja:
Incluso en estos tiempos
Veloces como un cadillac sin frenos
Todos los días tienen un minuto
En que cierro los ojos y disfruto
Echándote de menos.

Sabina dixit.

Thursday, May 18, 2006

Esta ciudad, sin duda, no es la nuestra

Ahí va otro ejercicio del taller. El lunes nos mandaron a recorrer Granada sólo con nuestros dos ojitos, una libreta y un boli. "Paseo literario", lo llamó mi profe. Es un poco largo, pero os lo dejo ahí, por si interesa.

Hoy sí, hoy quiero salir a la calle. No suelo apuntar en libretas, más por pereza que por vergüenza, pero hoy me apetece pasearme por Granada, navegando el calor, con el boli bic colgando de los labios y las hojas de la libreta combándose bajo el sudor de mis manos. Enfilo Gran Vía. Quizá de los tres recorridos sea el más mío. El más condensado, el más recto, el que menos se entretiene en menudeces. En el taller me estaba asfixiando. Casi había empezado a buscar una excusa para irme a casa, no sé a qué, porque con este calor no se puede estar en mi flamante ático. Sin embargo, como si me leyera el pensamiento, César nos manda a la calle, y solos. A no hablar. A observar. Me acuerdo de un frase que leí el otro día: “cuando estés triste, canta; cuando estés alegre, llora; cuando estés vacío, totalmente vacío, mira”. Esta tarde estaba vacía, y creo que no habría sido capaz de ponerme a garrapatear líneas sobre la mesa blanca del salón de César, así que no me importa el calor, ni los pies casi fundidos con el asfalto; estoy sola, caminando, estoy libre y me sienta bien.
Tengo el ánimo torcido, pensando a medias en la soledad y a medias en que el curso se me escurre de las manos y, aunque me muero de ganas de tumbarme al sol en las espantosas playas de mi ciudad, no quiero que esto se acabe. Gran Vía también es impermanencia: personas que pasan, veloces, indistinguibles casi bajo la ropa de verano recién sacada del armario. Guris blanquirrosas que miran alternativamente un mapa y los edificios. Yo también miro los edificios. Uno no es turista en su propia ciudad porque va mirando al suelo, o a los escaparates de las tiendas; yo, que en el fondo en Granada aún soy medio extraña, quiero sentirme un poco turista y observo los adornos de piedra de las fachadas. ¿A dónde va la gente a estas horas? ¿No es extraño que haya siempre gente queriendo ir a todos lados? De pequeña me divertía imaginar que un día, de pronto, todo el mundo se encontraba a gusto donde estaba y el tráfico, el movimiento y el continuo intercambio de personas en la ciudad se detenía. Pensadlo. Calles vacías, semáforos marcando el ritmo para nadie y, detrás de las ventanas y de las puertas, gente que no necesita moverse de donde está.
Hay poco distintivo que anotar en Gran Vía. Todo son tiendas, estudiantes, guiris, estudiantes, tiendas. Apunto un par de detalles tontos; una camisa que me hace recordar a mi ex novio y sonreír pensando en sus brazos largos bajo los cuadros azules; la vespa amarilla de un cartero, anacrónica y despistada en medio de las scooters de colores que zumban sobre el asfalto. Casi apresuro el paso para meterme por la calle de la catedral. (Ahora que escribo esto, me doy cuenta de que no he apuntado un solo nombre de calle, y entiendo por qué te ríes de mí cuando intentas darme indicaciones para ir a cualquier lado y me encojo de hombros, desorientada). Aquí cambia el ambiente y se convierte en uno de esos que se supone que nos gustan a los escritores pseudobohemios: mucho pequeño comercio, mucho músico callejero, mucho abuelito al sol.
En un rincón de la fachada de la catedral, una mujer toca el acordeón, con la misma melodía que le he escuchado una docena de veces. Recuerdo a mi profesora de piano, una ucraniana espigada y seria, que se ofreció a dar clases gratis al flautista de su calle para que no tocara siempre la misma canción. Junto al flautista, un pareja baila con bastante poca maña; la sonrisa entusiasta de ella y los calcetines alzados de él me dicen que son guiris, porque ningún español se atrevería a hacer eso en mitad de la calle. Por mi lado pasa una pareja también mayor, que camina rápido con el chándal y los tenis sin marca, probablemente intentando bajar la tensión o el colesterol. “Mira”, le dice él a ella, sonriendo y observando a los que bailan. Ella gira la cabeza, sin dejar de andar. “¿Qué?” le pregunta, y el marido se encoje de hombros, no sé si fastidiado o aliviado de no poder tenderle la mano a su mujer para pedirle un baile.
Giro hacia la plaza que hay frente a la catedral (tampoco me sé el nombre), y escucho salir “Carmen” de una tienda de souvenirs. Me detengo un momento a mirar los abanicos y balanceo un poco los hombros al compás de la música, como cruzando un escenario. Pienso en sentarme a escribir en las escaleras de la plaza, pero aún hay demasiados jóvenes, demasiada felicidad chupando helados, así que opto por bajar hasta Birrambla para probar suerte allí. Por el camino, mucho detallito de escritor chorra: una mercería con al menos quinientas mil clases de botones; una cuchillería que no sé muy bien cómo sobrevivirá a estas alturas; una droguería con los paquetes de compresas colgando amenazantes del techo. Antes de llegar a la plaza, apoyo la libreta en la pared de unos ultramarinos y escribo “Gran Vía me habla de lo efímero; Birrambla, de lo eterno”, y pienso en lo cojonudo que me va a quedar cuando lo meta (no sé bien cómo) en el texto que tengo que escribir.
Un chico con un instrumento extraño, una especie de enorme palo hueco, hace ruido con él a la entrada de la plaza, y yo me pregunto si realmente se piensa que ese sonido resulta agradable a alguien. Gruñendo un poco, porque soy una gruñona, reconozcámoslo, entro en la plaza y la observo: los omnipresentes guiris, con su aura de felicidad extranjera, cenando temprano en las terrazas; las floristas, con cara de vender algo que sólo se compra en ocasiones especiales; los niños, persiguiendo palomas a zapatazos como todos los niños de todas las épocas del mundo.
Selecciono cuidadosamente un banco y me siento. Me pongo a escribir sobre lo que he visto hoy, pero la doble extrañeza de escribir a mano y de hacerlo en público no me dejan concentrarme. Relleno trabajosamente casi dos páginas con mi letra redonda y feúcha mientras, a mi lado, una chica espera a alguien y golpetea impaciente con el pie en el suelo. No hay caso; reconozco ese “hoy no quiero escribir” casi dictatorial de mi mente de escritora y desisto; ya he tenido suficiente bohemiez por hoy, así que me levanto y me voy, despacito y mirando escaparates, camino de la Fuente de las Batallas.

Monday, May 15, 2006

Pensando amapolas

Vuelvo a Granada después de un fin de semana cuánto menos estrambótico en Málaga. Tras darle muchas vueltas (muchas lluvias a destiempo, muchas nubes incordiantes) parece que el calor se ha decidido a entrar en Granada, así que la gata y yo tratamos de mantener una temperatura constante bajando las persianas del salón y no moviéndonos más que lo justo. Así, en la penumbra, intentando no sudar demasiado, ignoro el calor que da el portátil sobre las piernas y termino un cuento que tengo que presentar esta tarde en el taller. Va sobre mi abuela y no me ha quedado muy conseguido, pero no está mal. El sábado pasé el día en Torre del Mar, preguntándole y apuntando en mi libreta de cumpleaños (gracias) con cara de escritora seria. He escrito sobre su época en el Sahara, cuando vivía allí con mi abuelo el militar. Supongo que no me termina de convencer el resultado porque no he sabido hacer mías las circunstancias, porque necesitaría averiguar mucho más, ver más fotos y hablar más con mi abuela para saber qué pasó realmente bajo la jaima en la que transcurre mi cuento. Pero bueno. Como primer paso no está mal.
Cuando termino el relato, cierro el ordenador y me dispongo a matar el tiempo hasta las seis tumbada, quizás leyendo, quizás sólo pensando. Mientras, me digo que estoy justo en ese momento de antes de los exámenes, cuando aún tienes algo de tiempo que perder y espacio en el cerebro para pensar en otras cosas. Pienso en el calor, y en cómo anuncia inequívocamente que el curso se nos está acabando. Pienso en que el curso se acaba, y en que sólo nos quedarán unos cuantos momentos, puntuales y limitados, para acabar de exprimir Granada por lo que queda de año.

Entonces me acuerdo de las amapolas, y de que quería escribir un post sobre ellas. Sonaba más o menos así:
Razones por las que me gustan las amapolas:
- Porque su color es tan vivo que hiere.
- Porque, si las miras de lejos, son hermosas.
- Porque, si las miras de cerca, son siniestras.
- Porque crecen donde quieren.
- Porque sólo crecen durante una breve temporada cada año.
- Porque tienes que mirar con atención si quieres verlas.
- Porque si las arrancas e intentas conservarlas, se mustian.


Pienso que quiero escribirlo, me incorporo, abro el portátil y lo escribo. Y después de hacerlo, me reconcilio con el calor, con los exámenes cada vez más próximos y con la idea de que estamos a 15 de mayo, y mañana será 16, y al siguiente 17, y no hay nada que podamos hacer para remediarlo.