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Tuesday, October 17, 2006

Extraña mezcla

Creo que lo malo, no ya de escribir, que al fin y al cabo tampoco escribo tanto, sino de leer, es que una acaba adquiriendo una especie de deformación no profesional, por así decirlo. Se podría llamar "sentido de la historia" (me lo acabo de inventar). En mi caso, consiste en que tiendo a buscar que mi vida, o incluso las vidas de los demás, tengan una conexión, un orden. Las personas no son personas, sino personajes, y tienen sus motivaciones ocultas, sus caracteres arquetípicos y una especie de destino, fatal o no, que los lleva a un sitio que no tengo muy claro cuál es, pero existe.
Así, miro mi vida y pienso que si fuera una novela no tendría ni pies ni cabeza. Como mucho, sería un mamotreto tipo John Irving, como "El Mundo según Garp": un libro que no tiene más remedio que gustarte pero cuyo argumento, al final, no podrías explicar con precisión. Una sucesión más o menos entretenida de peripecias vitales que no se sabe bien si llevan a alguna parte.
Todo esto viene a que J. me dijo el otro día una frase que me gustó: "la extraña mezcla de circunstancias que es mi vida, y que no tengo más remedio que aceptar, porque no tengo otra". Yo a veces veo mi vida un poco absurda. Ni mala ni buena; absurda, sin más. Y la mayoría del tiempo no la acepto y me pongo a buscar frenéticamente el personaje que le falta o el cápitulo que le dará un poco de redondez al argumento.
Hoy, sin embargo, he desayunado en la facultad un mollete y un café con leche. Mientras esperaba en la barra he suspirado profundamente. "Vaya suspiro, hija mía", me ha dicho el camarero mientras me servía la leche en el café. "Es que estoy contenta", me he apresurado a aclarar yo, "contenta de desayunar".
Así que hoy sí que me gusta esta extraña mezcla de circunstancias que es mi vida.

Sunday, September 24, 2006

Lo pequeño es hermoso

Me levanto por la mañana y lo primero que veo es mi poster de “El Beso” de Klimt colocado en la puerta de mi habitación. Mientras me visto, mis ojos se posan en el capítulo siete de Rayuela, que he copiado en rotulador violeta y pegado junto al cabecero de la cama. “Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca…”. Dudo que se haya escrito jamás algo tan hermoso.
Me miro en el espejo y pienso que quizás me corte el pelo estilo Amelie, porque la verdad, desde que vi esa película me siento muy identificada con ella. Ese buscar la magia en lo cotidiano, esa capacidad de hacer felices a los demás con las pequeñas cosas… definitivamente sí; esa soy yo. De hecho, creí que era la única a la que le encantaba tirar piedras al agua o meter la mano en las legumbres, pero no.
Antes de salir, cojo un puñado de caramelos de fresa y los meto en la cartera. ¡Soy tan adorablemente ingenua! Mientras camino hacia la parada del autobús, pienso en cuánto me gustaría ser como Alicia en el País de las Maravillas y pasar el día de hoy al otro lado del espejo, donde seguro que no hay humo de coches, ni ruido de claxon, ni profesores coñazo. Me echo un cigarro esperando el bus y mirando las antenas de la televisión suspendidas sobre los edificios. Estos pequeños detalles son los que la mayoría de la gente pasa por alto, y sin embargo son los que realmente conforman la vida.
Durante la clase me siento aturdida. Todo tiene tan poco sentido. Soy tan insignificante. No soy mujer ni soy niña, no estoy viva ni muerta, no soy ni de aquí ni de allá. Pero qué vacío existencial tan grande tengo a veces.
Desayuno en la cafetería un café solo mientras fumo y ojeo “El principito”, que siempre llevo en mi mochila. Me encanta el capítulo del zorro. De hecho, siempre pienso en X cuando lo leo. Nosotros somos como el principito y el zorro: no nos enamoramos, sino que nos domesticamos. Ay, X… ¿por qué nuestro amor es imposible? ¿por qué, si tú y yo somos piel, y azúcar, y tu lengua horada la mía en profundidades místicas? Termino mi café y me acerco suspirando a la biblioteca.
Paseo por entre los libros y acaricio reverencialmente a Cortázar, a Camus, a Neruda. Sólo entre libros me siento completamente yo. Me fascina la idea de que haya historias quietas entre sus páginas que vuelven a la vida cuando nosotros las abrimos. De hecho, desde que leí “El Mundo de Sofía” a veces pienso si no seré yo un personaje que ha ideado alguien de una realidad alternativa.
Me acerco a uno de los ordenadores y aprovecho para dar un repaso a mis blogs favoritos. A ver qué se cuece por “Chica con falda roja” (uy, se me olvidaba que lo cerró hace unos meses). Bueno, pues veamos qué se cuenta Aracne. Leo a Golfo y le dejo un comentario. Me siento tan identificada con él, con sus miradas sobre la ciudad, con sus tejados… Un día de estos le agregaré al messenger, a ver si además es guapo.
Vuelvo a casa con la sola mención de un pequeño incidente: se me han enganchado los cascabeles de la falda en la puerta del autobús y casi arranca llevándome a mí detrás. Almuerzo mientras leo “La insoportable levedad del ser” y luego me echo una siestecita cubierta con mi manta de cuadros. Ah, la melancolía de las tardes de otoño. Ah, las hojas secas. (Nota mental: otoño, posible idea para un poema).
Por la noche, después de un largo día de emociones y sucesos, me siento un rato frente al ordenador. De repente he tenido una terrible intuición. No puede ser. Teceo blogger.com no exenta de pánico. Mientras inserto mi nombre de usuario y la contraseña, me doy cuenta de que no tengo escapatoria. Por fin veo el escritorio y se confirman mis peores temores.
¡Oh, no!
¡¡SOY UNA BLOGUERAAA!!

Wednesday, September 13, 2006

La informática no está bien inventada

Hace unos días escribí esto en mi diario:
Debería haber redadas de recuerdos. Una vez cada, digamos, dos años, la policía debería entrar en nuestras casas rollo SS alemanas y destruir todo lo que oliera a memoria ñoña. En lugar de eso, acumulamos y acumulamos fotos, diarios, cartas, objetos, papeles que nos atan a una vida que no vamos a volver a tener.
Al día siguiente, mi disco duro externo se jodió y todas mis fotos se fueron con él. Todas. Imaginaos: cada vez que he sacado mi Olympus del bolso, he enfocado algo que creía que merecía la pena recordar y he disparado, ahora no sirve para nada. Es como si no lo hubiera hecho nunca.
Son curiosas las fotos, ¿no? En sí mismas, son fascinantes: un instante, un solo instante, invariable para toda la eternidad. Te asomas a una y ves a las personas que aparecen tan indudablemente vivas, tan viviendo únicamente ese momento, mientras fuera de ella envejecen y se entristecen a tiempo real. Por otra parte, es curioso el mero hecho de hacerlas. Tú vives tu vida, pero no como algo seguido y espontáneo, sino haciendo oportunas paradas para darle al botón del aparato. Entonces hacer fotos se convierte en parte de la vida, y no es simplemente que saques la cámara e inmortalices algo, sino que tu vida cambia porque has sacado la cámara, y ese acto es en sí un gesto. No sé si me explico.
Últimamente mis relaciones con los objetos no van muy bien. Llamadme mística, pero creo que cuando algo se rompe a nuestro alrededor está reflejando algo que tenemos roto por dentro. Mi gato arrancó de cuajo la “p” de mi ordenador, y ahora tengo que pulsar esa especie de botón de goma que las teclas tienen debajo. Luego J. tiró un vaso de agua sobre el teclado y fastidió las direcciones, ya sabéis: las cuatro flechitas (ahora J. llama a mi ordenador “bala perdida”, porque no tiene dirección). Por último, intenté secar las teclas con un secador y derretí una, que se desprendió del soporte retorciéndose suavemente hasta quedar inservible. Yo creo que mi teclado se rebela porque no he escrito NADA este verano. Parece que me está diciendo: “Marina, o espabilas o te vas a quedar sin letras que pulsar”.
En cuanto a lo de las fotos borradas… bueno, ayer le di el disco duro a mi vecino el informático y estoy rezando a veteasaberquién para que consiga rescatarlas. Visualizo ese momento en que llama a la puerta y me entrega un disco duro inservible y un CD con todos mis recuerdos intactos. Realmente, no quiero empezar de cero. Lo que dije arriba es mentira: no quiero que nadie se lleve mis recuerdos, de verdad, no quiero. No hay que vivir en el pasado, pero es hermoso tener un mullido colchón de momentos felices en el que poder recostarse. Quiero mis recuerdos: mi aburrida acumulación de señales que me permiten ubicarme en la vida. La carta que escribí a los 15 años para abrir cuando tenga 25, y la que escribí a los 20 para cuando cumpla 30 (si os preguntáis si pienso seguir haciéndolo durante todas las décadas de mi vida, la respuesta es “sí”).
A J. se le dan mejor que a mí los finales redondos y las metáforas bonitas. Ahora mismo, sólo se me ocurre que quizás me mude de marinainthemiddle para reaparecer en algún sitio secreto.
Me paso la vida barajando nombres, direcciones, seudónimos, firmas y títulos, y no soy capaz de admitir que yo misma es siempre lo que va a haber debajo.