El está tocando y la ve entrar en el salón por el rabillo del ojo. No deja de mirar, alternativamente, la partitura y las teclas; sabe que si tuerce la cabeza, perderá el hilo y tendrá que volver a empezar. Pero nota que ella está ahí, sentada en el sillón con algún papel entre las manos, las piernas recogidas y la cabeza un poco ladeada.
“Y yo que siempre me quejo de que no quiere escucharme”, se dice a sí mismo, y sonríe un poco. “Tal vez esta sea su manera de valorarme, tal vez sea su forma de decirme que no cree que sea una estupidez que esté aprendiendo a tocar el piano ahora”. Sabe que a veces los ensayos son monótonos, porque hay que repetir muchas veces los fragmentos difíciles, así que, como no quiere aburrirla, decide que hoy no va a ensayar, sino a intrepretar su (escaso) repertorio al completo, con concentración, con sensibilidad.
Ella no se ha cambiado aún de ropa y lleva las media puestas. Le gustan sus pies sin zapatos, pero con medias. Mientras arranca con Für Elise esforzándose por no equivocarse, piensa que tal vez luego le quite las medias muy despacito y le recorra con los dedos las marcas del vientre. Con la parte de su oído que no dedica a la melodía, le escucha dar vueltas a los papeles que sostiene en el regazo. Imagina la carita de concentración, los dedos de uñas pulidas buscando datos en los documentos.
Todo el mundo conoce Für Elise, pero poca gente la ha escuchado entera. Él se la sabe completa, las tres partes, y mientras comienza la segunda, intentando dar con ese andante cantabile que tanto le cuesta a veces, piensa que a ella, en el fondo, le gusta su forma de ser, aunque últimamente se peleen tanto, porque de lo contrario no se sentaría a oírle tocar. “Es su manera de decirme que me quiere”, se dice, y sonríe satisfecho, porque, por una vez desde hace ya unos cuantos meses, siente que conectan, que es mentira todo eso que se dice a sí mismo a veces sobre el error que cometió al casarse. “Sí que me quiere – asiente suavemente con la cabeza -, y no le molesta que ensaye, como yo pensaba. Creía que le molestaba, pero puede que no; puede que trabaje mejor oyéndome. Dicen que la música clásica favorece la concentración, no?”. Todo esto piensa él mientras inicia la tercera parte: con la izquierda da repetidamente un la muy bajo y con la derecha compone acordes complicados para su mano de principiante, así que deja de pensar, porque no quiere equivocarse; ahora no.
Por fin, de nuevo, el estribillo, o como se llame en música clásica. Ha llegado al final casi sin errores, con apenas unos cuantos resbalones entre tecla y tecla. Mientras termina la pieza, siente el corazón henchido de cariño, de agradecimiento. Acaba, sostiene durante un rato las últimas notas (las en ambas manos) y respira, mientras escucha cómo el sonido se diluye en el aire, alargado por el pedal derecho.
Antes de comenzar la segunda pieza que quiere regalarle a su mujer, se detiene un segundo a escuchar un latido metálico que rompe el silencio de la habitación.
La mira, y cuando ve los moscardones negros de los auriculares en sus orejas pequeñas y blancas, no dice nada. Gira la cabeza, cierra las partituras, fija la vista en la madera brillante del piano y se pone a tocar escalas de do con las dos manos, seca, machaconamente.
PD: La he quitado el nombre al blog porque estoy hartísima y no se me ocurre otro. Hala, que le den.
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