Más que nada, porque os quiero contar que llevo varios días irritable, eléctrica, como con síndrome premenstrual agudo. Salgo, entro, cocino, voy a los abuelitos, duermo mucho, leo mucho, escribo un poco, y entre todo eso se me filtra una mala ostia contenida que me escuece en los ojos y me agarra los hombros en forma de dolorosa contractura de trapecio. ¿Por qué? No sabría deciros.
Pero no quiero estar mal y no pienso estar mal, y lucho. Ayer puse música, agarré la almohada y me puse a darle hostias a la cama, y cuando más emocionada estaba, cuando ya pensaba que iba a conseguir deshacerme de toda esa electricidad estática del organismo, me cargué la bombilla de mi cuarto, y del cabreo estuve a punto de hacer trizas unos cuantos platos. Acabé en casa de Elsa bebiendo sangría, fumando y cantando Fito a todo volumen, yéndome demasiado temprano y sabiendo que hoy, nada más levantarme, iba a sentirme igual de mal.
Hoy he tocado el piano rabiando contra Satie y su lento Gimnopedio (es la pieza con la que estoy ahora), deseando saberme algo furioso o tener suficientes conocimientos de música como para inventármelo. Luego he ido a la librería. Observaba las cubiertas brillantes de los libros, los cogía, los ojeaba, miraba el precio, los volvía a soltar. Cuando tenga mi propio dinero voy a gastarme todo el sueldo en novedades-literarias-de-pasta-dura-excesivamente-caros-en-proporción-a-su-número-de-páginas. Ahora mismo sólo me puedo permitir clásicos de bolsillo de segunda mano, y casi ni aun así.
(Cuando era pequeña, iba a la librería con mi padre y elegía varios libros. Luego él los miraba, calibraba el peso y la dificultad y hacía una estimación de cuánto iban a durarme. Si no eran más de un par de días, me hacía elegir otro.)
Después, en la moto, cantaba “So Payaso” a todo pulmón, y hablaba sola, y recitaba poemas de Benedetti poniendo acento uruaguayo. “Porque te escondes dulce en el orgullo, pequeña y dulce, corazón coraza”. Y a la lista de requisitos para mi futuro Gran Amor que estoy haciendo desde que leí esto he añadido: “que me pida que le recite poemas de memoria”. También he tenido una idea para un cuento, y barajaba frases, posibles principios y posibles finales mientras zigzagueaba entre coches y autobuses, sin prestar mucha atención, obviamente jugándome la vida.
Esta noche me he puesto guapa, con la falda larga que tiene dos cascabeles colgando de la cintura y me hace sentir como un hadita o un duende. Me he ido por ahí con mis amigos, hemos cenado y nos hemos sentado en el jardín de la catedral. He contado aquella anécdota de cuando Rocío estaba aprendiendo a esquiar y bajó una pista azul entera haciendo cuña, a unos ciento ciencuenta kilómetros por hora y gritando “¡Sorry! ¡Perdón! ¡Merci!”, y de pronto aprendió a hacer paralelo porque si no giraba se mataba. Me he reído como una loca y me he atrevido a ponerme un poco triste, porque ha llegado septiembre y mis amigas se van, cada una a la ciudad donde estudia, y se nos acaba este verano que hemos tenido, tan largo, tan drogadicto, tan bueno.
Y ahora estoy aquí, blogueando un poco, escribiendo otro poco, y se me ocurre que ya sé por qué quiero postear: porque nunca me había sentido tan bien estando mal y quería contároslo.
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