Thursday, February 16, 2006

Criando jaramagos

Estaba yo hoy durmiéndome plácidamente el telediario, con la gata acurrucada a unos centímetros de mi cabeza y la mantita polar sobre mi cuerpo encogido, cuando me ha dado por pensar en la muerte. De pronto me he incorporado y se ha dibujado claramente en mi mente una frase: “Algún día me morire. Yo. Marina.”. No es la primera vez que se me pasa por la cabeza; cada cierto tiempo, me vienen momentos de lucidez como ese y lo veo clarísimo: Marina marchándose del mundo y yendo hacia la luz, o hacia lo que sea. Adiós a ella, a su incomprensible afán por escribir, a sus intentos de cocinar el pisto perfecto, a su despiste patológico. Bye bye a sus constantes comidas de tarro: “¿hacia dónde va mi vida? ¿qué será de mí?”. Encontrará la respuesta en esos momentos: de ti no será nada, boba: serás polvo, humus, pasto de los gusanos.
Imaginaos. Metafísica de sofá a la hora del telediario.
Se me ha debido de quedar cara de tonta, ahí, incorporada bajo la manta de colores, mirando sin ver los deportes del canal cuatro y con la gata lameteándome una mano con insistencia. No pensaba en la de cosas bonitas que me perdería, ni en lo absurdos que parecen los exámenes cuando una los compara con La Muerte; sólo sabía con claridad que algún día iba a morir, y lo sentía tan real y cercano como la lengua áspera de la gata.
Ahora es cuando debería deciros que, desde ese momento de epifanía espiritual, ya no me preocupan las cosas feas de la vida, ni me deprime la primavera, ni remoloneo en la cama por las mañanas. O tal vez estaría bien hacer una lista de todo lo que me perderé cuando muera: las cañas, el sexo, los libros, las pelis. Pero sólo quería contaros eso: que hoy, a la hora de la siesta, escuchando de fondo el telediario, he pensado en la muerte y no sé por qué.

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