Friday, October 14, 2005

Paisaje con grúa al fondo

Me siento a escribir sin argumento, sin una idea que vertebre las frases que van saltando a mi cabeza como si alguien me las estuviera dictando en el oído.
Te vas, desaparece tu perfil detrás de la puerta y yo pienso que no me puedo permitir ponerme triste. Me lío un cigarro y me siento en la terraza a despedirme de un sol que amenaza con ocultarse de aquí a poco entre las nubes. Hay personas, me digo, que son como este sol de media tarde: hieren si te dan directamente en la cara, pero cuando se van te dejan muerta de frío. Fumo despacito y escucho el ruido de la obra, y se me viene otra metáfora fácil a la cabeza. La vida. La vida es como esta obra: es fea y ruidosa, pero parece que lleva a alguna parte. Qué va, me sale enseguida; la vida no es fea, la vida es preciosa, pero sí que está llena de ruido, y sí que muchas veces no le ves el final a todo ese traqueteo de máquinas, a ese ir y venir de albañiles renegridos por entre los cimientos.
El cigarrito de después, se me ocurre luego. ¿De después de qué? De que te partan el corazón. Bah, no es para tanto, boba, no es para tanto. No dramatices. Tampoco tenías el corazón tan entero como para que te lo partieran. Tampoco dejaste que saliera demasiado de su herrumbrosa caja de costillas.
¿Qué voy a hacer hoy? me pregunto a mí misma con interés. No sé, me contesto: fregaré los platos con música (me encanta la montaña de platos cuando es el pretexto para escucharse entero un buen disco), saldré a dar un paseo, me apuntaré al taller de escritura que vi el otro día anunciado. Me meteré en una librería y me regalaré un buen libro, un libro largo y absorbente, de esos que te hacen sentir acompañada con el simple gesto de meterlos en el bolso cada vez que sales.
El amor, me digo, a punto de atacar con otra comparación lapidaria de las que se me están ocurriendo hoy. El amor es como este cigarro que me estoy fumando: si no le das las caladas con fuerza, con entusiasmo, se apaga y no hay forma de que tire. Por otra parte, si te dan un cigarro apagado no hay forma de encenderlo, por más que te apliques a la tarea de aspirar de la boquilla. Hace falta un fuego inicial, una chispa. Y que no haya viento. Y un poco de suerte.
Consejo número veintiséis: escribe inflexible y claro sobre lo que duele. Me meto en el salón, porque en la terraza se ha ido el sol y empieza a hacer frío. Me echo la manta de Mariana sobre las rodillas, esa que no me llegó a regalar, pero que se olvidó en el cuarto que compartimos y que yo me apropié desvergonzadamente. Cuando estoy a punto de terminar llega Josy y se sienta a mi lado. Me debato entre quedarme aquí esbozando aforismos inútiles o hablar un rato con ella: la eterna lucha entre realidad y literatura, entre palabras y personas.
Finalmente, cierro el portátil y nos vamos a la cocina a fregar platos, a hacer té y a escuchar al Canelita.
Sí que es bonita la vida, ya lo creo.

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