Saturday, October 08, 2005

Marina in the Mirror

Estoy pagando por escribir en un ciber y no sé exactamente por qué quiero hacerlo ni qué va a salir. Sólo sé que es sábado y que hay una luz blanca y extraño de nublado; que ya no tengo nada que hacer hasta que lleguen las ocho y me vaya a la fiesta de la PK; que me estaba asfixiando a pesar de las vistas de noveno de mi piso. Así que he bajado aquí, he blogueado un poco (no sabéis cuánto lo echo de menos desde que estoy en Granada) y me he dicho: va, Marina, escribe un poco, escribe sin pensar durante un cuarto de hora y luego lo publicas, sin corregir, con dos cojones.
Es la segunda vez que pasan el mismo disco de Shakira desde que entré aquí, y me acuerdo de que yo escuchaba Shakira cuando tenía catorce años, pero no ahora, señora dueña del ciber, no ahora. Cuando yo tenía catorce años me fui a Mallorca con mi amiga Caro, y oíamos este disco tumbadas sobre las rígidas sábanas blancas de la habitación de hotel. No recuerdo mucho de ese viaje: bucear en las calitas con gafas redondas y tubos de plástico; bajar por las noches al bar del hotel e intentar sin éxito encontrar un amor de verano; un calor pegajoso que no se iba nunca y un sopor extraño de isla que me daba ganas de dormir durante todo el día. No fue un gran viaje.
Pienso que quiero hablar de Barcelona, que un día de estos escribiré un post sobre aquello y sobre largos sábados como éste en los que no tenía ninguna fiesta esperándome al final de la tarde. Quiero hablar de Barcelona en un alarde de exhibicionismo emocional. Bah, me digo, a quién le importa. El otro día lo intenté, lo juro: me senté frente al portátil con los dientes apretados, respirando despacito, e intenté contar un poco cómo fueron aquellos seis meses que me cambiaron la vida, cómo aprendí exactamente a qué sabe la soledad. Me salió un texto largo, vomitado, parecido a este, que rezumaba un dolor tan insoportable que no me atreví a publicarlo. Concluía con las palabras "Y eso es todo. No hay lecciones bonitas que aprender sobre esta historia", pero hoy pienso que sí que las hay, que algo me ha traído desde allí hasta aquí, hasta este ordenador extraño en una ciudad que sigue siendo extraña y que eso, de alguna forma, tiene un sentido.
Sólo me quedan cuatro minutos del cuarto de hora que me prometí y he hecho trampa: he releido todo lo anterior para ver qué tal estaba quedando y he cambiado un par de cosas: no mucho, apenas unas comas. Y me pregunto dónde está mi equilibrio entre la compañía y la soledad, porque estoy con gente y me muero por irme a mi cuarto a escribir un rato, o a leer, o a tumbarme en la cama a soñar despierta un poco. Pero luego llega un sábado como el de hoy, con una mañana libre y larga para vagar sola por mi solitario piso, y acabo escribiendo en un cíber, totalmente perdida, creyendo erróneamente por trigesimooctava vez que esto me va a salvar la vida. Pero qué va, Marina: las tablas salvavidas no están hechas de palabras, están hechas de corcho, o de madera como mucho, y de entre estas letras no te va a salir una balsa con una sábana en medio, como las de los dibujitos, para que tú te montes en ella y te vayas flotando como una náufraga momentáneamente salvada.
Exagero, como siempre, así que no os preocupéis. Dentro de un par de horas me juego el cuello a que me estoy riendo. Dentro de cuatro me lo vuelvo a jugar a que estoy borracha. Sin embargo, qué queréis que os diga: me da miedo, me da miedo quedarme sola un mísero sábado y atisbarme a mí misma en el espejo, como en el laberinto de la Historia Interminable, y encontrarme vete tú a saber qué monstruo bíblico. Quién es la que aparece cuando no hay ruido. Quién es esa que sale cuando me callo la boca.
En fin, qué se yo... Voy a cumplir lo prometido y a publicarlo sin corregirlo, lo juro. De aquí, de esta maraña hastiada de comas, de este batiburrillo sin pulir, es de donde parte la verdadera yo. Creo.

No comments: