Wednesday, May 18, 2005

Nuevas Buenas

He decidido ampliar la temática de este blog. Es que estoy viendo que si lo dejo de sitio-purista-sólo-de-cuentos corro el riesgo de quedarme sin lectores (no por nada, sino porque no es tan fácil que se te aparezca la musa y terminar un cuento decente en un tiempo medio aceptable, y los blogs poco actualizados aburren). Tras darle muchas vueltas y barajar la posibilidad de crear otro blog en plan cuentavidas, he decidido sencillamente abrir la veda en este, porque a) así puedo escribir más a menudo mis pequeñas paranoias sin necesidad de transformarlas en “literatura” y b) cuando me salga un engendrillo, podréis leerlo sin necesidad de tener que estar pulsando ningún link.
Después de esta pequeña noticia, aquí va algo que escribí el otro día y que no es exactamente un cuento (aunque puede ser un comienzo).

“Ella y yo hacemos el amor sin practicar el sexo. Yo lo sé y ella lo sabe, pero nos callamos la boca.
Cuando hace calor, la abrazo y recorro con la mano el surco sudoroso de su columna. El sudor es agua y sal, es líquido y cálido, es un fluido que, sobre todo, le pertenece.
A veces me deja lavarle el pelo. Se tiende, vestida, en el suelo del baño, con la alfombrilla debajo para no coger frío, y apoya la cabeza en el borde de la bañera. Yo le aprieto el cuero cabelludo con los dedos y le aclaro la espuma con cuidado, procurando no echarle agua en los ojos.
Cuando como en su casa, coge las aceitunas con los dedos y luego me los tiende para que chupe el líquido salino. Yo le doy el yogur y observo cómo absorbe el contenido viscoso de la cuchara. Me quita las patatas fritas de la mano con su boca, y deja que le limpie con una servilleta el zumo de naranja que le queda en los dedos después de pelarla.
Le pinto los labios, y a veces le visto como a una muñeca. Le ato el cinturón y se lo ajusto a las caderas, y aprovecho para hurgar con los pulgares en el hueco que deja la pelvis. Cubro sus piececitos blancos, que se llenan fácilmente de rozaduras, con calcetines de colores, y le amarro los zapatos sin apretar demasiado. Ella me afeita, y a menudo me corta, pero creo que lo hace sólo para poder masticar un poco de papel higiénico y colocármelo, empapado en saliva, sobre la herida.
Le ayudo a fregar los platos, y cuando tiene los guantes puestos, me pide que le rasque la espalda y que le coloque detrás de la oreja los mechones que le caen sobre la cara. Amarro su delantal y deshago su cola de caballo cuando acaba.
Salimos a la calle y le pongo la chaqueta, abrochándole los botones desde detrás. Llueve y se mete bajo mi paraguas, apretándose contra mí, y si se moja le sacudo las gotas de lluvia de la melena.
Me deja que limpie sus gafas con la camiseta y guarda mi cartera en su bolso. Le espío, y lo sabe, a través de la rejilla de la puerta cuando entra al baño.
Luego llega su novio y le achucha, muerde sus labios, le estruja el culo. Yo pienso que vaya ingenuo, y ella se calla, pero sé que en el fondo piensa igual.”

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