No puedo dormir, pensando en angustias existenciales como el amor, el tiempo y la distancia o por qué mi padre ya no me da las buenas noches. Con las lágrimas rodándome por las mejillas sin esfuerzo, como lágrimas de princesa de cuento, bajo al salón y me abrazo a la Clemen. Para ser más exactos, Clementina está hecha un ovillo en su sillón (sí, su sillón), y yo me enrosco a ella procurando no tocarla demasiado, para que no se agobie. Está un poco apagada, pero normalmente no es lo que se dice la gata más activa del mundo, así que no me preocupo. Durante al menos media hora las dos estamos así, juntas, yo acariciándole el lomo, ella cambiando de postura de vez en cuando para que le haga cosquillas por aquí o por allá. A ratos, simplemente, pongo mi mano sobre su cuerpo y la siento subir y bajar al ritmo de su respiración. Luego intento yo respirar al ritmo de sus ronroneos y, poco a poco, voy relajándome, como contagiándome de su paz.
Me incorporo y me inclino sobre ella para darle el beso de buenas noches en la cabecita naranja, cuando de repente la veo. Es una gota rosada y redonda que reposa junto a mi gata, sobre la tela beige que cubre el sillón. Al principio creo que es malta (una sustancia que se les da a los gatos para que no vomiten el pelo), pero la toco, la huelo y me doy cuenta de que es sangre.
De repente un miedo frío me sube por la espalda. Mi gatita sangra. La pregunta principal es ¿por dónde? Lo primero que pienso es en el culito: cáncer de colon, metástasis, muerte. Así soy yo, amigos: optimista. Le miro en el lugar donde el lomo pierde su digno nombre, pero no hay nada; ni rastro de sangre. Entonces descubro una herida en el lomo que sangra no copiosa pero sí notablemente.
Aquí es donde me acojono. Pregunto a mi madre, la médico, que reposa tranquilamente en su cama. “Comprime”, me dice “haz un apósito con gasas y algodón y comprime”. Así que yo bajo e intento comprimir, pero la gata se queja, se revuelve, intenta arañarme sin mucho éxito (porque la Clemen no saca las uñas en la vida). En un descuido, sale por la ventana, baja las escaleras y se esconde en el coche del vecino. Hemos perdido a la paciente, señores. Vuelvo a casa y agarro lo único que motiva a Clementina por encima de todas las cosas: su comedero repleto de pienso para gatos gordos. Lo agito y acude una gata quejosa pero motivada, bamboleando su panza a ambos lados del cuerpo. Mientras come, puedo ver mejor la herida. No es muy grande, pero sangra. Subo a consultarle a san google: primeros auxilios en animales. Heridas: si sangran, comprimir y llevar a veterinario.
Bajo de nuevo. Miss Mandarina se ha subido al sillón y vuelve a reposar, llenándolo todo de sangre. Entonces le hablo: “Clementina, ha llegado el momento de ser valientes. Duele, pero a veces hay que aguantarse el dolor. No siempre, pero a veces sí, y esta es una de esas veces. Y por eso ahora yo te voy a coger por el cuellecito para que no te muevas y te voy a poner esto en la herida”.
Los animales están dramáticamente indefensos. Clementina no me entiende, y por eso le da pavor que yo le aplique el apósito en su herida. Sólo sabe que duele y que ella no quiere dolor, así que intenta zafarse. En este caso, yo le causo un dolor menor para evitar un mal mayor y, aun así, ella sufre. Si fuera humana, podría controlarse, abstraerse, distraerse, pero no puede. Aunque creo que me comprende un poco, porque cuando le acaricio el cuello mientras comprimo la herida y le musito palabras de apoyo, se deja hacer… gruñendo un poco, pero se deja. Se zafa al cabo de un rato, pero es suficiente como para cortar la hemorragia de momento. Mañana la llevaremos al veterinario, siempre y cuando siga sin sangrar cuando yo haya acabado este texto (si no va ahora derechita).
Cuando he empezado a escribir sobre la Clemen quería contaros algo rollo literario-intimista: el miedo que me ha entrado de que a mi gatita, uno de los seres a los que más quiero en el mundo, le pasara algo. Quería decir que todos los malos rollos de mi cabeza se han desvanecido y me he concentrado en que la chiquitita no sufra.
Pero no puedo acabar este post sin aclararos que, leyendo lo anterior, ¿cómo iba yo a comer, por Dios, animales? ¿Cómo iba a apoyar a una industria en la que a miles de animales se les inflige dolor, físico y moral, sin que nadie les dé unas palabritas de aliento, y sin más fin que el de servir a nuestros paladares, nuestros pies o nuestro abrigo? Los que tenemos la suerte de convivir con animales y podemos ver en ellos el dolor, la incomprensión y el miedo (un miedo que no puede ser elaborado, ni paliado, ni apartado… un miedo que es total, porque no cuenta con las herramientas que poseemos los hombres para alejarlo), deberíamos (de hecho, debemos) empatizar con el sufrimiento de los millones (MILLONES) de criaturas que pasan por eso durante TODOS los días de su vida sólo por no ser tan monos como nuestros gatos/perros/chinchillas/peces de colores.
Nunca me ha gustado hablar de ese tema en este blog, pero una de mis consignas es la honestidad, y siendo honesta esta noche, lo que quería escribir era exactamente esto.
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5 comments:
Me he asustado cuando has dicho lo de la sangre :( espero que se cure bien y prontito, la Clementuchi guapa :*****
(¿recuerdas a su gato gemelo, con el que la queríamos ennoviar? olvídalo, el otro día atacó a mis converse y tengo clips de audio terroríficos que lo atestiguan! :S).
La Clemen está bien... esta mañana me ha dejado que le vea la herida y es bastante pequeña, pero ya se sabe que la sangre es escandalosa. El veterinario me ha dicho vía teléfono que en principio no me preocupe, que si sangra más, o supura o coge mal aspecto en general, que entonces sí se la lleve. Así que tranquilos, que en pricipio la Garfield española va a seguir haciendo de las suyas, es decir: comiendo, durmiendo, sosteniendo inteligentes conversaciones con maulliditos y amasándome para despertarme de la siesta.
Besitos.
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Buenas,
vaya con la gatita, pobrecilla. Bueno, supongo que se habrá peleado por ahí, ¿no? Espero que no sea nada y que se ponga bien la pobrecita. Aunque no se por qué creo que le duele más a "mami" que a Gardfielda ;-)
Un besazo guapísima.
Muchos besitos a Clementina. Es increíble cuánto se les llega a querer.
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