Thursday, May 18, 2006

Esta ciudad, sin duda, no es la nuestra

Ahí va otro ejercicio del taller. El lunes nos mandaron a recorrer Granada sólo con nuestros dos ojitos, una libreta y un boli. "Paseo literario", lo llamó mi profe. Es un poco largo, pero os lo dejo ahí, por si interesa.

Hoy sí, hoy quiero salir a la calle. No suelo apuntar en libretas, más por pereza que por vergüenza, pero hoy me apetece pasearme por Granada, navegando el calor, con el boli bic colgando de los labios y las hojas de la libreta combándose bajo el sudor de mis manos. Enfilo Gran Vía. Quizá de los tres recorridos sea el más mío. El más condensado, el más recto, el que menos se entretiene en menudeces. En el taller me estaba asfixiando. Casi había empezado a buscar una excusa para irme a casa, no sé a qué, porque con este calor no se puede estar en mi flamante ático. Sin embargo, como si me leyera el pensamiento, César nos manda a la calle, y solos. A no hablar. A observar. Me acuerdo de un frase que leí el otro día: “cuando estés triste, canta; cuando estés alegre, llora; cuando estés vacío, totalmente vacío, mira”. Esta tarde estaba vacía, y creo que no habría sido capaz de ponerme a garrapatear líneas sobre la mesa blanca del salón de César, así que no me importa el calor, ni los pies casi fundidos con el asfalto; estoy sola, caminando, estoy libre y me sienta bien.
Tengo el ánimo torcido, pensando a medias en la soledad y a medias en que el curso se me escurre de las manos y, aunque me muero de ganas de tumbarme al sol en las espantosas playas de mi ciudad, no quiero que esto se acabe. Gran Vía también es impermanencia: personas que pasan, veloces, indistinguibles casi bajo la ropa de verano recién sacada del armario. Guris blanquirrosas que miran alternativamente un mapa y los edificios. Yo también miro los edificios. Uno no es turista en su propia ciudad porque va mirando al suelo, o a los escaparates de las tiendas; yo, que en el fondo en Granada aún soy medio extraña, quiero sentirme un poco turista y observo los adornos de piedra de las fachadas. ¿A dónde va la gente a estas horas? ¿No es extraño que haya siempre gente queriendo ir a todos lados? De pequeña me divertía imaginar que un día, de pronto, todo el mundo se encontraba a gusto donde estaba y el tráfico, el movimiento y el continuo intercambio de personas en la ciudad se detenía. Pensadlo. Calles vacías, semáforos marcando el ritmo para nadie y, detrás de las ventanas y de las puertas, gente que no necesita moverse de donde está.
Hay poco distintivo que anotar en Gran Vía. Todo son tiendas, estudiantes, guiris, estudiantes, tiendas. Apunto un par de detalles tontos; una camisa que me hace recordar a mi ex novio y sonreír pensando en sus brazos largos bajo los cuadros azules; la vespa amarilla de un cartero, anacrónica y despistada en medio de las scooters de colores que zumban sobre el asfalto. Casi apresuro el paso para meterme por la calle de la catedral. (Ahora que escribo esto, me doy cuenta de que no he apuntado un solo nombre de calle, y entiendo por qué te ríes de mí cuando intentas darme indicaciones para ir a cualquier lado y me encojo de hombros, desorientada). Aquí cambia el ambiente y se convierte en uno de esos que se supone que nos gustan a los escritores pseudobohemios: mucho pequeño comercio, mucho músico callejero, mucho abuelito al sol.
En un rincón de la fachada de la catedral, una mujer toca el acordeón, con la misma melodía que le he escuchado una docena de veces. Recuerdo a mi profesora de piano, una ucraniana espigada y seria, que se ofreció a dar clases gratis al flautista de su calle para que no tocara siempre la misma canción. Junto al flautista, un pareja baila con bastante poca maña; la sonrisa entusiasta de ella y los calcetines alzados de él me dicen que son guiris, porque ningún español se atrevería a hacer eso en mitad de la calle. Por mi lado pasa una pareja también mayor, que camina rápido con el chándal y los tenis sin marca, probablemente intentando bajar la tensión o el colesterol. “Mira”, le dice él a ella, sonriendo y observando a los que bailan. Ella gira la cabeza, sin dejar de andar. “¿Qué?” le pregunta, y el marido se encoje de hombros, no sé si fastidiado o aliviado de no poder tenderle la mano a su mujer para pedirle un baile.
Giro hacia la plaza que hay frente a la catedral (tampoco me sé el nombre), y escucho salir “Carmen” de una tienda de souvenirs. Me detengo un momento a mirar los abanicos y balanceo un poco los hombros al compás de la música, como cruzando un escenario. Pienso en sentarme a escribir en las escaleras de la plaza, pero aún hay demasiados jóvenes, demasiada felicidad chupando helados, así que opto por bajar hasta Birrambla para probar suerte allí. Por el camino, mucho detallito de escritor chorra: una mercería con al menos quinientas mil clases de botones; una cuchillería que no sé muy bien cómo sobrevivirá a estas alturas; una droguería con los paquetes de compresas colgando amenazantes del techo. Antes de llegar a la plaza, apoyo la libreta en la pared de unos ultramarinos y escribo “Gran Vía me habla de lo efímero; Birrambla, de lo eterno”, y pienso en lo cojonudo que me va a quedar cuando lo meta (no sé bien cómo) en el texto que tengo que escribir.
Un chico con un instrumento extraño, una especie de enorme palo hueco, hace ruido con él a la entrada de la plaza, y yo me pregunto si realmente se piensa que ese sonido resulta agradable a alguien. Gruñendo un poco, porque soy una gruñona, reconozcámoslo, entro en la plaza y la observo: los omnipresentes guiris, con su aura de felicidad extranjera, cenando temprano en las terrazas; las floristas, con cara de vender algo que sólo se compra en ocasiones especiales; los niños, persiguiendo palomas a zapatazos como todos los niños de todas las épocas del mundo.
Selecciono cuidadosamente un banco y me siento. Me pongo a escribir sobre lo que he visto hoy, pero la doble extrañeza de escribir a mano y de hacerlo en público no me dejan concentrarme. Relleno trabajosamente casi dos páginas con mi letra redonda y feúcha mientras, a mi lado, una chica espera a alguien y golpetea impaciente con el pie en el suelo. No hay caso; reconozco ese “hoy no quiero escribir” casi dictatorial de mi mente de escritora y desisto; ya he tenido suficiente bohemiez por hoy, así que me levanto y me voy, despacito y mirando escaparates, camino de la Fuente de las Batallas.

6 comments:

Anonymous said...

Alguien escribió un día que en tus cuentos hay luz y es cierto, y en este tambien hay calma, a mi me da la sensación al leerlo de que hablas como muy despacio y para que te entendamos muy bien y con un lenguaje que es simple y bello, y que te hace ver Granada, y sentir el calor y oir reir a los niños mezclados con las palomas...

y...¿porque los guiris siempre parecen felices?
¿parceremos nosotros siempre felices en guirilandia?

Anonymous said...

Pues para no tener ganas de escribir te ha salido un texto de los más bonito, simple en sus descripciones pero que destila un humor un tanto.. no sé...
Me ha gustado mucho!

Anonymous said...

buf, que calor hace esta noche.Estoy en Malaga y las miles de instalaciones que nos hacen falta hoy en dia para tener un ordenador en condiciones, hace que se me suban los colores, por lo que con el calor que reflejabas en tu texto me he agobiado y he tenido que parar de leer, asi que, buen trabajo.

ah!!una cosa: TE QUIERO Y TE NECESITO, es que bueno, este verano llega la NUEVA Elsa, y esta decision tiene mucho de psicologia por detras. Que sepas que eres la primera en saberlo, ya te contare las razones, en que consiste y tal. Decirte esto, ha sido un primer paso en.....LA NUEVA ELSA.
besitoss

Anonymous said...

Yo creo que en Granada nunca se deja de ser turista o, por lo menos, nunca se debe dejar de serlo. Yo últimamente procuro no dejar de mirar, aunque sea en Pamplona.

Pd: lo de las palomas es de niños... y no tan niños.

Besos

Anonymous said...

marina el palo hueco como tu lo llamas se llama didgeridoo y a mi si q me gustaaaaaaaa
sobre gustos no hay nada escrito :D
nos vemos en la playita cuando vuelvas

-- said...

solo he leido de ti por ahora las entradas en las que te he dejado comentarios... xo me pareces un sentir muy interesante, m gustaría conocerte... sentarnos a hablar un rato en algún rincontito de esta Graná... cuando quieras escribeme algún e-mail o lo k kieras... me gustaría abrir puentes de comunicación. saludos!