Wednesday, April 19, 2006

Hector y Musa (una alegoría ingenua)

Para J.

Héctor era un profesor de matemáticas que quería ser escritor. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Hacía poco que se había licenciado y había empezado a trabajar, así que casi parecía aún un universitario, con el pelo un poco largo y desgreñado, vaqueros y gafas de pasta.
Como os he dicho, Héctor quería ser escritor más que nada en el mundo. Adoraba las matemáticas y enseñar a sus alumnos, pero estaba convencido de que lo suyo eran las palabras. Leía todo el día, todo lo que caía en sus manos: poesía, novelas, ensayos… Además, llevaba lo que él consideraba “una vida de escritor”: vivía en una buhardilla con las paredes cubiertas de sus textos favoritos, bebía café negro, seducía y se acostaba con todas las mujeres que podía y escuchaba jazz a media noche mientras fumaba Ducados.
El problema de Hector es que no escribía.
No es que no supiera; las palabras se le daban bien, y las utilizaba con destreza, como podían atestiguar las chicas que caían regularmente sobre el desgastado colchón de su dormitorio. Pero cuando hubo escrito un poco sobre su vida, sus pensamientos, sus mujeres y su infancia, se dio cuenta de que no le quedaba mucho más que decir. Podía elucubrar sobre lo que veía por la ventana, sobre las sensaciones que tenía cuando hacía el amor con alguien por primera vez o sobre aquel día que su padre le llevó al parque de las atracciones. Su gran problema era su absoluta incapacidad para inventar nada nuevo. Héctor describía, divagaba, retrataba y desbarraba, pero no era capaz de contar una sola historia decente.
“Si yo tuviera una buena historia - solía decirse -, si tuviera una sola historia, escribiría una novela maravillosa”. Por las tardes, cuando terminaba de corregir los exámenes de sus alumnos y se preparaba las clases del día siguiente, se sentaba frente a su máquina de escribir (nada de ordenadores para él, por favor; él era un bohemio) y fruncía el ceño, tratando de imaginar algo. Llamaba a la inspiración, a las musas, a los dioses. Fumaba marihuana, esnifaba cocaína y consumía cantidades cada vez más exageradas de café. Pero al término de la tarde, cuando la penumbra mortecina del anochecer inundaba la buhardilla, la hoja seguía en blanco, virgen como una niña.
Con el tiempo, Héctor se desanimó. “Qué le vamos a hacer”, se decía. “No puedo ser escritor si no tengo imaginación. Es como si un cojo quisiera correr la maratón; sencillamente no es posible”. Leía hasta la saciedad las biografías de los escritores que más admiraba, y se preguntaba qué tenían ellos que no tuviera él para ser capaces de segregar ficción como una araña su tela: con facilidad, directamente de la nada, sin esfuerzo aparente.
Convencido de que era un farsante y un estafador, y apremiado además por las exigencias de la vida adulta, Héctor terminó por abandonar las greñas, los vaqueros y la buhardilla. Enterró definitivamente su vieja Remington y se mudó a un pisito mucho más nuevo y funcional en el centro de la ciudad. Empezó a vestir pantalones de pinza y a engominarse el pelo.
Un día estaba sentado en el parque, leyendo un libro (afortunadamente esa costumbre no la había perdido) y cerrándolo ocasionalmente para tomar el temprano sol de marzo. Cuando dejaba de leer, divagaba sobre sus temas favoritos: “si yo tuviera una buena historia – se repetía una y otra vez -… sé escribir, sé hacerlo, pero no tengo imaginación, es lo único que me falta”.
Estaba absorto en sus cavilaciones cuando vio una figura femenina acercarse por el sendero de tierra. Al principio pensó que era una anciana, porque tenía el cabello completamente blanco. Después creyó que era una mujer, porque el cuerpo, aunque más pequeño de lo normal, tenía formas adultas y proporcionadas, como si estuviera hecho a escala. Finalmente, cuando se acercó, pudo ver un rostro infantil, que enmarcaba unos ojos grises enormes. La cara de niña vieja le recordó a algo. Más tarde caería en la cuenta: se parecía a aquellos niños enfermos de cáncer que salían de vez en cuando en la tele, niños con expresión y ojos de anciano.
La extraña criatura se sentó junto a él. Vestía una blusa blanca de gasa y unos vaqueros, por los que asomaban unos piececitos descalzos, blancos y bien formados. Alzó las piernas, las cruzó sobre el banco y se quedó mirando a Héctor atentamente. Él trató de volver a concentrarse en su lectura.
- Hola – dijo ella al cabo de un rato. Tenía una voz de edad indefinida, grave y dulce.
Héctor dudó si debía o no responder.
- Hola – dijo, finalmente, y sonrió un poco.
- ¿Sabes quién soy?
- Ummm… no – “vaya, una de las locas que vagan por el parque”, se dijo, fastidiado.
- Soy la Inspiración. La Musa.
- Sí, claro. Y yo Homero reencarnado – Héctor hizo ademán de levantarse del banco.
Ella rió.
- ¡En serio! ¿No me crees?
- No mucho – Héctor se quedó mirándola. Pensó que con ese cabello blanco y los ojos grises y enormes le recordaba a alguien, pero no a alguien real, sino a algún personaje de cuento. Entonces se acordó de la Emperatriz Infantil en la Historia Interminable. Recordó que cuando leyó el libro por primera vez siendo un niño, había pensado que una niña con los cabellos blancos no podía ser bella, debía ser más bien siniestra. Sin embargo aquella niña-mujer era hermosa; de alguna forma, el blanco encajaba perfectamente con sus facciones infantiles, componiendo una imagen de alguien que no era ni joven ni viejo, sino que pertenecía a la infinidad del tiempo.
- Vale – ella se cruzó de brazos, divertida -. Intenta tocarme.
Héctor inclinó la cabeza y arqueó las cejas. “Vaya chiflada” pensó. Nada más que por que le dejara tranquilo, alargó la mano y la posó sobre el hombro redondo y blanco de la chica. Cuando, esperando hallar algo sólido, aflojó los músculos del brazo, éste se precipitó hacia el banco, atravesando el torso cubierto de gasa de la criatura. Héctor soltó un alarido.
- Vamos, vamos, no seas escandaloso y siéntate otra vez – ella reía ruidosamente -. Ahora te lo explico todo.
De alguna forma, Héctor volvió a la época en que era un niño devorador de libros y creía que las hadas, los duendes y las brujas existen de verdad. A pesar de su gomina y su cartera de cuero, algo de aquel niño dispuesto a creérselo todo no se había ido todavía, y supongo que fue por eso por lo que pareció aceptar con bastante facilidad que se le había aparecido una musa precisamente a él.
- Vaya – se quitó las gafas y se frotó los ojos -. ¿Pero las musas no eran nueve?
- Esas eran las de antes, las griegas. Se hartaron hace unos cuantos siglos y se fueron de parranda al Olimpo. Ahora soy yo la que se encarga de estas cosas. Soy La Musa – exageró las palabras con tono grandilocuente -. Puedes llamarme Musa, de hecho.
- Ummm… de acuerdo – Héctor se recolocó las gafas y le sonrió -. ¿Por qué tienes el pelo blanco?
- Si tú hubieras oído todas las historias del mundo, también lo tendrías – Musa habló con una resignación casi anciana.
- Ajá. ¿Y por qué tienes cara de niña?
- Porque tengo que renacer muchas veces – ahora sonrió y, efectivamente, parecía muy joven, de no más de diez años.
- ¿Y por qué…?
- Bueno – Musa interrumpió a Héctor con impaciencia – no hablemos tanto de mí. Hemos venido aquí porque tienes un problema que solucionar, ¿no es así?
Hector suspiró, un poco avergonzado. "Así deben de sentirse los imoptentes", pensó.
- Supongo que sí.
- De acuerdo… - le miró de arriba abajo hasta hacerle sonrojar -. Dices que no tienes imaginación, ¿no?
- Eso es.
- Y que quieres ser escritor, ¿correcto? – preguntaba como un médico que intenta diagnosticar a un paciente.
- Sí – Héctor miró al suelo y se rascó la coronilla. Un poco de gomina reseca se desprendió de su cabeza.
- Y que necesitas historias.
- Exacto.
- Muy bien – Musa se acarició la barbilla pensativamente y le miró a los ojos -. A ver, Héctor, ¿cuánto deseas ser escritor?
- ¡Muchísimo! – exclamó él, entusiasmado -. Es lo que más deseo de este mundo. Me apasiona escribir. Si tuviera algo sobre lo que escribir, podría hacerlo muy bien, en serio
Ella sonrió, comprensiva.
- Está bien – le dijo -. Voy a hacerte un regalo.
Una oleada de felicidad inundó a Héctor. ¡Sus plegarias habían sido escuchadas! Se le aparecía una musa y le daba inspiración. Probablemente le hechizaría y le haría capaz de escribir los libros más grandes del mundo. Sería famoso. Sería rico. Sería…
Musa le sacó de su ensimismamiento.
- Toma – le dijo, entregándole una bolsita de paño, como las que debían de llevar los hombres de la Edad Media para guardar sus pesadas monedas.
- ¿Y esto qué narices es? – preguntó Héctor, examinando la bolsita. Se sentía ligeramente decepcionado. Un trocito de tela arrugada con un cordón no iba a convertirle en escritor.

Continuará...

8 comments:

Anonymous said...

Esperaremos la continuación, vá bien escrita la historia... hablando de escritores.

Golfo said...

Un enorme hamtarillo y yo nos sumamos a la espera...
como agua de mayo, dice el bicho
yo no digo nada, epatato como una vaca ante a una brizna de hierba fresca en pleno verano.

Anonymous said...

marina déjate ya de continuaciones, quiero YA el accidente III y la continuación de esto.X cierto felicidades x lo del cuento, como lo conseguistes???yo tengo unos cuantos cuentos tb que me he inventado y me gustaría mucho poder contarlos, no se me mola mucho el rollo cuentacuentos y pienso que se me daría bien, porque bueno yo mi problema es exactamente el contrario al de héctor,tengo miles de ideas(absurdas pero ideas) lo que pasa es que no se me da bien escribir. Pero en el cuentacuentos es diferente porque lo importante no es cómo dices las cosas, sino cómo las cuentas, contarlas con imaginación y claro está: contar algo diferente, algo original.Hablando de escribir y de contar, ayer me inventé un haiku para tí, pero este NO es el lugar. Te lo dejo en el grupo, ok??es una chorrada, muy típico y muy malo, muy yo; pero se me ocurrió y tengo que decírterlo. un besazo.

Anonymous said...

Hola de nuevo, MArina.

La historia va viento en popa. Escribes muy bien (¿tienes a Musa contratada a tiempo parcial?) y nos has dejado a todos con la intriga. El relato me está gustando más que el que leí ayer, Fantasmas, quizá sea por eso de identificarse con el protagonista. ¡¡¡Yo también quiero ser escritor!!! Lo siento tenía que gritar.

Un saludo, nos vemos por aquí y estás invitada a mi blog.

Ruth said...

Marina, soy nueva en esto del "blogging", estaba buscando algo que tuviera que ver conl a escritura y te he encontrado. Me alegro mucho de haberlo hecho, me gusta mucho tu manera de escribir y me encanta leer cosas de gente que, como yo, tiene el sueño de ver sus palabras en un lugar de honor algún día. Enhorabuena por lo de la lectura de tu cuento. A mí no me parece poca cosa, con menos que eso me daba yo con un canto en los dientes.
También estás invitada a mi blog (tú y todos los presentes, que por lo que veo son muchos. Qué envidia me das...).
Me identifico mucho con tu personaje, por cierto. Yo sueño con ser famosa y ver mis libros en todas las librerías del mundo, pero aquí me tienes, curioseando en los cuadernos de otros y sin escribir. Pero prometo que me voy a poner a ello en cuanto deje de hacerte la pelota ;-p
Un beso a todos.

Ruth said...

Vosotros que sois expertos: ¿es normal que las entradas en blogspot tarden horas en subir? ¿O soy yo, que debería darle a la tecla de una máquina de escribir, como Héctor? Veo que el comentario que he escrito aquí sí funciona, pero en mi blog no veo las entradas nuevas. ¡Help!

Anonymous said...

jmmm...para cuando esa continuacion?!?!

Mandarina said...

A ver a ver... gracias a todos por vuestros comentarios. La continuación la tengo toda en la cabeza, pero estoy un poco liada con clases, trabajos, intempestivas salidas nocturnas y mañanas soleadas en casas ajenas. No os preocupéis, que no es que no sepa cómo seguir; en cuanto tenga un rato libre, la termino. Espero que para esta tarde-noche estará lista.
Ruth: bienvenida, a ver si me paso ahora por tu blog. Lo de llegar a algún lado escribiendo... bueno, no sé, yo no tengo mucha confianza en lograrlo, porque creo que hay una parte importante de factor suerte. Como ya he dicho alguna vez, yo lo que quiero es escribir bien, sentirme orgullosa de lo que hago. Si eso luego puede llegar a más personas, genial, pero tampoco me quita el sueño. Lo de leer en público me está poniendo cada vez más nerviosa, pero intentaré hacer un buen papel ;)
Normalmente las entradas tardan un momento en aparecer en el blog, pero no HORAS! Como mucho, un par de minutos. A veces se escacharra y tarda más, pero a mí sólo me ha pasado en un par de ocasiones, no siempre. Qué se yo... los caminos de la informática son inescrutables xD
Besos.