Thursday, November 03, 2005

Te voy a recordar así siempre

Un par de metros cúbicos de aire compartido.
Lluvia repiqueteando en el techo metálico.
Los sillones inclinados, como en un viaje transoceánico.
Tú que besas y tocas y te extiendes, todo manos, todo boca, todo piel.
Yo que también beso y toco y me retraigo y hundo los dedos en tu carne esponjosa y calculo la velocidad a la que el sudor va cubriendo tu frente.
Mi pelo, que poco a poco deja de ser pelo y se convierte en maraña, en pelusa, en sal.
Quitarte la ropa, quitarme la ropa, y qué difícil es describir cómo te me vas vistiendo de desnudez y convirtiéndote en el otro tú que no lleva ropa y es más tú que nunca.
Clavarnos, cómo no, el freno de mano un par de veces.
Te vas empapando poco a poco, como una esponja escurrida por una mano enorme, invisible.
Y las partes del cuerpo secretas que, en esta oscuridad, son como siempre deberían ser: recónditas, ocultas, más reconocibles por el tacto que por la vista.
Encajar, como las piezas de construcción con las que jugaba de pequeña.
Ir y venir al ritmo de alguien que, distraído, canta para nosotros desde los altavoces traseros.
Hincharme y reventar, como una pompa de jabón, como un globo de colores, como una bandada de gaviotas que se dispersa.
Te condensas y goteas sobre mí como una nube de borrasca. La lluvia traza caminos sobre el vaho de los cristales.
Y tú que gritas, como en un parto, como si te estuvieran sacando una espina, como asombrado.
Acariciarnos, puliéndonos el uno al otro hasta limarnos los ángulos del cuerpo.
Respirar lo que queda de nosotros en este aire enrarecido.
Y quedarnos henchidos, plenos, un poco mustios por esa manía que tiene la vida de no repetirse nunca a sí misma.

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