Lo advertí: mi regreso podía suceder en cualquier momento. Al final la desconexión no funciona y acabas volviendo a tus orígenes: el enganche a Internet. De todas formas, postear aquí me viene bien, "como mujer y como escritora"; está bien ser fiel a algo, aunque sólo sea a una URL.
Además, tenía que compartir con vosotros mi Momento Especial de Hoy:
Las Peluqueras No Son De Este Mundo, por Marina Díaz.
Creo que toda persona con un blog y un mínimo sentido de la estética y la crítica social ha escrito alguna vez un post sobre las peluquerías. Obviamente, yo no iba a ser menos.
Intento retrasar al máximo el momento de pelarme. Cuando veo que todas las capas de mi pelo se han fundido en una sola superficie despuntada y que no hay dos cabellos de la misma longitud, sacudo resignadamente la cabeza y me encamino a ese lugar de humillación, esa fuente de todo horror: la peluquería. Según el presupuesto y el interés en que me dejen mona, me voy a la esquiladora de ovejas (donde te corta el pelo una tía que está aprendiendo) o a una pelu pija (donde te dejan igual de horrible pero mucho más caro). Actualmente, lo confieso (mi imagen de progre se cae por los suelos), me pelo en Llongueras, porque la tía que me corta tiene dos raras virtudes: a) me corta sólo lo que le pido, no dos metros más y b) el horror que ella me hace es reversible: una vez llego a mi casa y me hago la raya en medio, se convierte en algo medio normal. No menospreciéis esas dos virtudes; son fundamentales.
Como os decía, me encamino a la peluquería. Del mal rato que paso, me dan hasta bajones de azúcar, así que cojo un par de caramelos. Ensayo mentalmente LA FRASE. Como sabe toda clienta de peluquerías, hay un momento en que la tía te dice: ¿cómo quieres que te corte? En ese momento crucial, ese único instante en que la peluquera te prestará un mínimo de atención, tienes que condensar la idea que tienes tú para tu inocente melena. Después ya no hay vuelta atrás. Al menos a mí, nunca jamás me han vuelto a preguntar después de iniciado un corte de pelo. Una vez que la tía se cree que sabe lo que quieres, ya no hay quien la pare. Se embala. Así que yo, como os he dicho, ensayo mucho. La frase de hoy era: “quiero el pelo lo más largo posible, las puntas desfiladas, y un flequillo recto sobre la frente pero un poco despuntado, con la raya en medio, sin que me tape un ojo ni me haga cosas raras”. Esta vez me he lucido: creo que es una de mis mejores frases de peluquería, la que muestra unas ideas más claras y una voluntad más firme.
Llego a Pijeras, me colocan una bata en la que caben tres yo y con la que parezco una especie de monjecillo siniestro, me lavan la cabeza incluyendo un orgásmico masaje capilar y me sientan en la silla de torturas giratorias. En mis últimas visitas a La Peluquería, Ese Centro de Horror, he desarrollado un método que me permite no matar a nadie al acabar el corte. Consiste en ir enviando telepáticamente mensajes asesinos a la tipa mientras ella me destroza. Hoy la secuencia de mensajes era la siguiente:
“A ver por dónde me sales hoy. Vale, vamos bien, el flequillo por ahí. Genial. Esto me lo podía haber hecho yo en mi casa. No pasa nada. A ver cómo va el resto del pelo. Joder, córtame algo. Vale, me estás haciendo un corte minimalista que nadie va a notar para que dentro de dos semanas esté aquí otra vez soltándote la pasta. Pues vas lista. ¿Qué haces? ¡No, no, por ahí no! Bueno, está bien. Tú sabrás lo que haces. Espero que luego quede bien. Vale, cierro los ojos. Tututurutuuu… ¡Dios, parezco la novia de Chucky! ¿Qué si me secas? Está bien. Cóbrame doce euros más por achicharrarme el pelo con tu supersónico secador ultra potente con la excusa de que necesitas verlo seco para poder terminar el corte. Eres una guarra chupasangres que sólo quiere arruinarme. Ay, ay, joder, te confieso lo que quieras, pero deja de echarme aire ardiente en los ojos. Ay. No, no me des volumen. Que no me des volumen, joder. No, laca no, ¡¡¡laca noooo!!!
Os preguntaréis que por qué no hago llegar a la peluquera una pequeña parte de mis mensajes telepáticos. Pues porque las peluqueras no son de este mundo. Mis repetidos intentos de comunicarme con ellas han sido como estrellar huevos en una pared de ladrillos: infructuosos y desagradables. Me da miedo que se ofendan y tomen represalias (aunque me cuesta imaginar que puedan desgraciarme adrede más de lo que lo hacen normalmente). Así que las dejo hacer, luego llego a mi casa, me cambio la raya de sitio y tan contentos.
Ya ha terminado. Miserable furcia, parezco idiota, tengo la raya encima de la oreja y no veo con los pelos que le has añadido al flequillo (y mira que te lo advertí). Vamos a ver, NO ENTIENDO la lógica según la cual te hacen un corte y te lo peinan de una forma en la que tú no te lo vas a peinar JAMÁS. ¿Cómo pretenden que sepas si te gusta o no, si no tiene nada que ver con el aspecto que tendrá una vez te lo hayas lavado en tu casa con champú Pantene y secado con tu secador de sólo unas decenas de revoluciones? ¿No lo saben? ¿En serio piensan que tú vas así siempre?
Lo siento, pero tengo que dejaros. Mi cerebro acaba de bloquearse con tanta incógnita y estoy mirando a la pantalla, balanceándome en la silla y gimiendo: ¿por qué ¿POR QUÉEE?
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